miércoles, 11 de febrero de 2009

Mensaje al Congreso Constituyente de la República de Colombia, 1830 Simón BolívarMiércoles, 11 de octubre de 2000
Simón Bolívar
Otras obras de Simón Bolívar
Óleo de Ricardo Acevedo Bernal, Quinta de Bolívar, Bogotá
¡Conciudadanos!
Séame permitido felicitaros por la reunión del congreso, que a nombre de la nación va a desempeñar los sublimes deberes de legislador.
Ardua y grande es la obra de constituir un pueblo, que sale de la opresión por medio de la anarquía y de la guerra civil, sin estar preparado previamente para recibir la saludable reforma a que aspiraba. Pero las lecciones de la historia, los ejemplos del viejo y nuevo mundo, la experiencia de veinte años de revolución, han de servirnos como otros tantos fanales colocados en medio de las tinieblas de lo futuro; y yo me lisonjeo de que vuestra sabiduría se elevará hasta el punto de poder dominar con fortaleza las pasiones de algunos, y la ignorancia de la multitud, consultando, cuando es debido, a la razón ilustrada de los hombres sensatos, cuyos votos respetables son precioso auxilio para resolver las cuestiones de alta política. Por lo demás hallaréis también consejos importantes que seguir en la naturaleza misma de nuestro país, que comprende las regiones elevadas de los Andes, y las abrasadas riberas del Orinoco: examinadle en toda su extensión, y aprenderéis en él, de la infalible maestra de los hombres, lo que ha de dictar el congreso para felicidad de los colombianos. Mucho os dirá nuestra historia y mucho nuestras necesidades: pero todavía serán más persuasivos los gritos de nuestros dolores por falta de reposo y libertad segura.
¡Dichoso el congreso si proporciona a Colombia el goce de estos bienes supremos por los cuales merecerá las más puras bendiciones!
Convocado el congreso para componer el código fundamental que rija a la república, y para nombrar los altos funcionarios que la administren, es de la obligación del gobierno instruiros de los conocimientos que poseen los respectivos ministerios de la situación presente del estado, para que podáis estatuir de un modo análogo a la naturaleza de las cosas. Toca al presidente de los Consejos de Estado y Ministerial manifestaros sus trabajos durante los últimos diez y ocho meses: si ellos no han correspondido a las esperanzas que debimos prometernos, han superado al menos los obstáculos que oponían a la marcha de la administración las circunstancias turbulentas de guerra exterior y convulsiones intestinas: males que, gracias a la Divina Providencia, han calmado a beneficio de la clemencia y de la paz.
Prestad vuestra soberana atención al origen y progreso de estos trastornos.
?Las turbaciones que desgraciadamente ocurrieron en 1828, me obligaron a venir del Perú, no obstante que es taba resuelto a no admitir la primera magistratura constitucional para que había sido reelegido durante mi ausencia. Llamado con instancia para restablecer la concordia y evitar la guerra civil, yo no pude rehusar mis servicios a la patria, de quien recibía aquella nueva honra, y pruebas nada equívocas de confianza.
La representación nacional entró a considerar las causas de discordias que agitaban los ánimos, y convencida de que subsistían, y de que debían adoptarse medidas radicales, se sometió a la necesidad de anticipar la reunión de la gran convención. Se instaló el cuerpo en medio de la exaltación de los partidos; y por lo mismo se disolvió sin que los miembros que le componían hubiesen podido acordarse en las reformas que meditaban.
Viéndose amenazada la república de una disociación completa, fui obligado de nuevo a sostenerla en semejante crisis; y a no ser que el sentimiento nacional hubiera ocurrido prontamente a deliberar sobre su propia conservación, la república habría sido despedazada por lo manos de sus propios ciudadanos. Ella quiso honrarme con su confianza, confianza que debí respetar como la más sagrada Ley. ¿Cuando la patria iba a perecer podría yo vacilar?
Las leyes, que habían sido violadas con el estrépito de las armas y con las disensiones de los pueblos, carecían de fuerza. Ya el cuerpo legislativo había decretado, conociendo la necesidad, que se reuniese la asamblea que podía reformar la constitución, y ya, en fin, la convención había declarado unánimemente que la reforma era urgentísima. Tan solemne declaratoria unida a los antecedentes, dio un fallo formal contra el pacto político de Colombia. En la opinión, y de hecho, la constitución del año 11º (1821) dejó de existir.
Horrible era la situación de la patria, y más horrible la mía, porque me puso a discreción de los juicios y de las sospechas. No me detuvo sin embargo el menoscabo de una reputación adquirida en una larga serie de servicios, en que han sido necesarios, y frecuentes, sacrificios semejantes.
El decreto orgánico que expedí en 27 de agosto de 28 debió convencer a todos de que mi más ardiente deseo era el de descargarme del peso insoportable de una autoridad sin límites, y de que la república volviese a constituirse por medio de sus representantes.
Pero apenas había empezado a ejercer las funciones de jefe supremo, cuando los elementos contrarios se desarrollaron con la violencia de las pasiones, y la ferocidad de los crímenes. Se atentó contra mi vida; se encendió la guerra civil; se animó con este ejemplo, y por otros medios, al gobierno del Perú para que invadiese nuestros departamentos del Sur, con miras de conquista y usurpación. No me fundo, conciudadanos, en simples conjeturas: los hechos, y los documentos que lo acreditan, son auténticos.
La guerra se hizo inevitable. El ejército del general La Mar es derrotado en Tarqui del modo más espléndido y glorioso para nuestras armas; y sus reliquias se salvan por la generosidad de los vencedores. No obstante la magnanimidad de los colombianos, el general La Mar rompe de nuevo la guerra hollando los tratados; y abre por su parte las hostilidades: mientras tanto yo respondo convidándole otra vez con la paz; pero él nos calumnia, nos ultraja con denuestos. El departamento de Guayaquil es la víctima de sus extravagantes pretensiones.
Privados nosotros de marina militar, atajados por las inundaciones del invierno y por otros obstáculos, tuvimos que esperar la estación favorable para recuperar la plaza. En este intermedio un juicio nacional, según la expresión del jefe Supremo del Perú, vindicó nuestra conducta, y libró a nuestros enemigos del general La Mar.
Mudado así el aspecto político de aquella república, se nos facilitó la vía de las negociaciones, y por un armisticio recuperamos a Guayaquil. Por fin el 22 de setiembre se celebró el tratado de paz, que puso término a una guerra en que Colombia defendió sus derechos y su dignidad.
Me congratulo con el congreso y con la nación, por el resultado satisfactorio de los negocios del Sur: tanto por la conclusión de la guerra, como las muestras nada equívocas de benevolencia que hemos recibido del gobierno peruano, confesando noblemente que fuimos provocados a la guerra con miras depravadas. Ningún gobierno ha satisfecho a otro como el del Perú al nuestro, por cuya magnanimidad es acreedor a la estimación más perfecta de nuestra parte.
¡Conciudadanos! Si la paz se ha concluido con aquella moderación que era de esperarse entre pueblos hermanos, que no debieron disparar sus armas consagradas a la libertad y a la mutua conservación; hemos usado también la lenidad con los desgraciados pueblos del Sur que se dejaron arrastrar a la guerra civil, o fueron seducidos por los enemigos. Me es grato deciros, que para terminar las disensiones domésticas, ni una sola gota de sangre ha empañado la vindicta de las leyes: y aunque un valiente general y sus secuaces han caído en el campo de la muerte, su castigo les vino de la mano del Altísimo, cuando de la nuestra habrían alcanzado la clemencia con que hemos tratado a los que han sobrevivido. Todos gozan de libertad a pesar de sus extravíos.
Demasiado ha sufrido la patria con estos sacudimientos, que siempre recordaremos con dolor; y si algo puede mitigar nuestra aflicción, es el consuelo que tenemos de que ninguna parte se nos puede atribuir en su origen, y el haber sido tan generosos con nuestros adversarios cuando dependían de nuestras facultades. Nos duele ciertamente el sacrificio de algunos delincuentes en el altar de la justicia; y aunque el parricidio no merece indulgencia, muchos de ellos la recibieron, sin embargo, de mis manos, y quizás los más crueles.
Sírvanos de ejemplo este cuadro de horror que por desgracia mía he debido mostraros; sírvanos para el porvenir como aquellos formidables golpes que la Providencia suele darnos en el curso de la vida para nuestra corrección. Corresponde al congreso coger dulces frutos de este árbol de amargura o a lo menos alejarse de su sombra venenosa.
Si no me hubiera cabido la honrosa ventura de llamaros a representar los derechos del pueblo, para que, conforme a los deseos de vuestros comitentes, creáseis o mejoráseis nuestras instituciones, sería este el lugar de manifestaros el producto de veinte años consagrados al servicio de la patria. Mas yo no debo ni siquiera indicaros lo que todos los ciudadanos tienen derecho de pediros. Todos pueden, y están obligados, a someter sus opiniones, sus temores y deseos a los que hemos constituido para curar la sociedad enferma de turbación y flaqueza. Sólo yo estoy privado de ejercer esta función cívica, porque habiéndoos convocado y señalado vuestras atribuciones, no me es permitido influir de modo alguno en vuestros consejos. Además de que sería importuno repetir a los escogidos del pueblo lo que Colombia publica con caracteres de sangre. Mi único deber se reduce a someterme sin restricción al código y magistrados que nos deis; y es mi única aspiración, el que la voluntad de los pueblos sea proclamada, respetada y cumplida por sus delegados.
Con este objeto dispuse lo conveniente para que pudiesen todos los pueblos manifestar sus opiniones con Plena libertad y seguridad, sin otros límites que los que debían prescribir el orden y la moderación. Así se ha verificado, y vosotros encontraréis en las peticiones que se someterán a vuestra consideración la expresión ingenua de los deseos populares. Todas las provincias aguardan vuestras resoluciones; en todas partes las reuniones que se han tenido con esta mira, han sido presididas por la regularidad y el respeto a la autoridad del gobierno y del congreso constituyente. Sólo tenemos que lamentar el exceso de la junta de Caracas de que igualmente debe juzgar vuestra prudencia y sabiduría.
Temo con algún fundamento que se dude de mi sinceridad al hablaros del magistrado que haya de presidir la República. Pero el Congreso debe persuadirse que su honor se opone a que piense en mí para este nombramiento, y el mío a que yo lo acepte. ¿Haríais por ventura refluir esta preciosa facultad sobre el mismo que os lo ha señalado? ¿Osaréis sin mengua de vuestra reputación concederme vuestros sufragios? ¿No sería esto nombrarme yo mismo? Lejos de vosotros y de mí un acto tan innoble.
Obligados, como estáis, a constituir el gobierno de la República, dentro y fuera de vuestro seno, hallaréis ilustres ciudadanos que desempeñen la presidencia del Estado con gloria y ventajas. Todos, todos mis conciudadanos gozan de la fortuna inestimable de parecer inocentes a los ojos de la sospecha, sólo yo estoy tildado de aspirar a la tiranía.
Libradme, os ruego, del baldón que me espera si continúo ocupando un destino, que nunca podrá alejar de sí el vituperio de la ambición. Creedme: un nuevo magistrado es ya indispensable para la República. El pueblo quiere saber si dejaré alguna vez de mandarlo. Los estados americanos me consideran con cierta inquietud, que pueden atraer algún día a Colombia males semejantes a los de la guerra del Perú. En Europa mismo no faltan quienes teman que yo desacredite con mi conducta la hermosa causa de la libertad. ¡Ah! ¡cuántas conspiraciones y guerras no hemos sufrido por atentar a mi autoridad y a mi persona! Estos golpes han hecho padecer a los pueblos, cuyos sacrificios se habrían ahorrado, si desde el principio los legisladores de Colombia no me hubiesen forzado a sobrellevar una carga que me ha abrumado más que la guerra y todos sus azotes.
Mostraos, conciudadanos, dignos de representar un pueblo libre, alejando toda idea que me suponga necesario para la República. Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado, este Estado no debería existir, y al fin no existiría.
El magistrado que escojáis será sin duda un iris de concordia doméstica, un lazo de fraternidad, un consuelo para los partidos abatidos. Todos los colombianos se acercarán alderredor de este mortal afortunado: él los estrechará en los brazos de la amistad, formará de ellos una familia de ciudadanos. Yo obedeceré con el respeto más cordial a este magistrado legítimo: lo seguiré cual ángel de paz: lo sostendré con mi espada y con todas mis fuerzas. Todo añadirá energía, respeto y sumisión a vuestro escogido. Yo lo juro, legisladores, yo lo prometo a nombre del pueblo y del ejército colombiano. La República será feliz, si al admitir mi renuncia nombráis de presidente a un ciudadano querido de la nación: ella sucumbiría si os obstináseis en que yo la mandara. Oíd mis súplicas: salvad la República: salvad mí gloria que es de Colombia.
Disponed de la presidencia que respetuosamente abdico en vuestras manos. Desde hoy no soy más que un ciudadano armado para defender la patria y obedecer al gobierno; cesaron mis funciones públicas para siempre. Os hago formal y solemne entrega de la autoridad suprema, que los sufragios nacionales me habían conferido.
Pertenecéis a todas las provincias: sois sus más selectos ciudadanos: habéis servido en todos los destinos públicos: conocéis los intereses locales y generales; de nada carecéis para regenerar esta República desfalleciente en todos los ramos de su administración.
Permitiréis que mi último acto sea recomendaros que protejáis la religión santa que profesamos, fuente profusa de las bendiciones del cielo. La hacienda nacional llama vuestra atención, especialmente en el sistema de percepción. La deuda pública, que es el cangro de Colombia, reclama de vosotros sus más sagrados derechos. El ejército, que infinitos títulos tiene a la gratitud nacional ha menester una organización radical. La justicia pide códigos capaces de defender los derechos y la inocencia de hombres libres. Todo es necesario crearlo, y vosotros debéis poner el fundamento de prosperidad al establecer las bases generales de nuestra organización política.
¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás. Pero ella nos abre la puerta para reconquistarlos bajo vuestros soberanos auspicios, con todo el esplendor de la gloria y de la libertad.
BOLÍVAR
Bogotá, enero 20 de 1830

martes, 10 de febrero de 2009

PENSAMIENTO MILITAR VENEZOLANO

INDICE
CREDITOS
PRESENTACION
· Finalidad y Metodología
· Guerra,Geopolítica y Metaestrategia
· Resumen del contenido
CAPITULO I. ORGANIZACIÓN MILITAR PARA LA DEFENSA Y
SEGURIDAD DE LA PROVINCIA DE CARACAS (Apelando a la historia)
CAPITULO II. VENEZUELA EN EL MUNDO ACTUAL
PARTE 1. EL ESPACIO GEOGRAFICO Y EL PENSAMIENTO
MILITAR VENEZOLANO
· Los Cambios en el Código Geopolítico Venezolano
· Integración Espacial Virtual y sus Efectos
PARTE 2. LA HISTORIA Y EL PENSAMIENTO MILITAR VENEZOLANO
· La Crisis Histórica Actual de la Humanidad
· La Crisis Histórica y la Revolución Bolivariana de Venezuela
· El Pensamiento Humanista y el Efecto del Positivismo en la
· Metaestrategia Nacional
· La Guerra como Parte Integral de la Política
· El Paréntesis del Burocratismo Autoritario
PARTE 3. DEBATE ACTUAL SOBRE EL TEMA MILITAR EN VENEZUELA
· Los Nuevos Enemigos Virtuales: El Terrorismo y el Narcotráfico
· El 11 de Sep. de 2001 y su Efecto en el Orden Internacional
· La Dialéctica Actual Venezolana
CAPITULO III. LA METAESTRATEGIA VENEZOLANA
PARTE 1. EL EJÉRCITO LIBERTADOR
· La Paz y la Cohesión de las Formaciones Sociales
· La Zona de Paz y el Orden Mundial y Regional
· El Talante Defensivo del Estado Venezolano
· La Defensiva como Postura Estratégica Nacional
PARTE 2. “VUELVAN CARAJO”
· La Ofensiva en el Ámbito Operacional Venezolano
· El Papel de la Coordinación Tacita en la Guerra
· El Campo de Batalla Descentralizado
· La Defensa ante el Imperialismo
CAPITULO IV. LA REVOLUCIÓN VENEZOLANA
PARTE 1. EL MUNDO DE LA BIPOLARIDAD
· Los Cambios de Estado y las Modificaciones en el Sistema
· Las Armas de Destrucción Masiva y el Orden Bipolar
· La Bipolaridad y los Países Periféricos
· “El Destino Manifiesto” Estadounidense
· El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y el
· Desarrollo Militar Latinoamericano
· La Caída del Muro de Berlín y el Fin del Mundo Bipolar
PARTE 2. EL FIN DE UNA ILUSIÓN DE ARMONIA
· El Estado Rentista y el Espíritu Nacional
· La OPEP y la Estrategia Venezolana de Defensa de los Precios
· El 27F. y el Cambio del Modo de Hacer Política
· La Fuerza Armada, y su Resistencia a la Cultura del Estado
· Rentista y, el Conflicto Transnacional Actual
CAPITULO V. EL DESAFIO MILITAR VENEZOLANO (Capitulo esencial)
· La Misión de la Fuerza Armada
· El Potencial Militar Venezolano
· El Poder Militar del Adversario
· Balance Conclusivo
EPÍLOGO (o buscando el honor y la gloria perdida el 4-F y el 11-A)
PARTE 1. BATALLA DE CARABOBO
PARTE 2. PARTE DE LA BATALLA DE CARABOBO
CREDITOS
DIRECCIÓN DEL PROYECTO
DIRECTOR GENERAL
Tcnel. (EJ) Hugo Rafael Chávez Frías.
DIRECTOR ADJUNTO
GJ. (EJ) Jorge Luis García Carneiro.
DIRECTORES
VA. (AR) Orlando Maniglia Ferreira.
GD. (EJ) Nelson Benito Verde Graterol.
GRUPO EDITOR
DIRECTOR - COORDINADOR
GD. (EJ) Alberto Muller Rojas.
SUB-DIRECTOR
GB. (GN) José Nicolás Albornoz Tineo.
RELATORES
GB (GN) Gerardo Alfonso Mendoza.
GB (EJ) Eduardo Centeno Mena.
CA (AR) Luís Alberto Morales Márquez.
AGRADECIMIENTO ESPECIAL
Al VA. (AR) Leopoldo Antonio González, y al GB. (EJ) Héctor David Reyes Quevedo Organizadores del Primer Seminario Histórico Militar, quienes proporcionaron el material de base para la elaboración de esta obra.
TRANSCRIPTOR:
C1. (GN) Teófilo de Jesús Figueredo
PRESENTACION
PENSAMIENTO MILITAR VENEZOLANO
PRESENTACION
Finalidad y Metodología.
La presente obra es un ensayo destinado a la reflexión sobre el tema militar en Venezuela y tal vez constituye la primera en su género en el país. Sin lugar a dudas nuestra geografía ha sido escenario de importantes y significativas acciones militares a lo largo de su historia, especialmente desde su nacimiento como estado independiente y durante los Siglos XIX y XX. En las campañas realizadas en ese lapso, los venezolanos mostraron extraordinarias virtudes y habilidades militares. Sin embargo, esas experiencias no han sido traducidas en un cuerpo de conocimientos teóricos útiles para generar una filosofía que oriente la acción en el campo de la guerra. Posiblemente en este hecho han influido, por una parte, el compromiso militar del pueblo venezolano en todo el Siglo XIX y el largo período de paz que vivió nuestra nación en el recién concluido Siglo XX. Lo primero impedía pensar en la lógica de la acción, pues ésta ocupaba la capacidad de los actores. Lo segundo, por cuanto era inoficioso reflexionar sobre un asunto que nos era ajeno. Por muchas circunstancias los venezolanos estuvimos casi al margen de las grandes confrontaciones que caracterizaron la política internacional del siglo pasado.
El contenido de esta obra está dirigido a los hombres y mujeres que conforman la Fuerza Armada Nacional y, en particular, a los cuadros de mando y técnicos que tienen a su cargo la conducción y la ejecución de las acciones militares en su espacio geográfico y áreas de influencia. Ella proporcionará categorías y conceptos para fundamentar la formulación de estrategias generales y operacionales, conjuntamente con su ejecución en el campo de la táctica. Pero la obra es más ambiciosa. Tiene el propósito de alcanzar el vasto escenario nacional con la finalidad de crear conciencia en la ciudadanía sobre la función de defensa estratégica del Estado enmarcada dentro de la corresponsabilidad entre el pueblo y su gobierno en lo que concierne a la persistencia de la nación. Más aún, se tiene la pretensión de darle sentido universal al ensayo para que el mundo conozca la visión de los venezolanos sobre una materia que está en el centro de las preocupaciones de la humanidad.
Con estas consideraciones se establece como fin de esta publicación, delinear los fundamentos para el desarrollo de una teoría de la guerra aplicada básicamente a la realidad concreta venezolana, pero de alcance mundial. Para alcanzar ese propósito el trabajo estará enmarcado dentro de los parámetros de las ciencias contemporáneas de la conducta. Un marco conceptual que, con una visión holística proporcionada por la teoría general de sistemas complejos y la teoría de la acción social, explica los fenómenos sociales y permite, dentro de una metodología dialéctica, hacer prospecciones con una aproximación posibilista. Este enfoque descarta el determinismo característico de las visiones conservadoras de la sociedad que alimentan la fuerza de la inercia e impiden el ascenso humano.
Guerra, Geopolítica y Metaestrategia.
Naturalmente no se parte del vacío. La guerra como fenómeno social, especialmente durante el lapso histórico identificado como de la modernidad, ha sido objeto de múltiples estudios que han permitido el desarrollo de una concepción hipotética la cual ha orientado el quehacer en este campo del comportamiento humano. Posiblemente el planteamiento fundamental sobre la materia está contenido en la obra “DE LA GUERRA” (1823) del General alemán Karl von Clausewitz. El principal aporte de este texto es colocar la acción bélica en el terreno de lo político y verla, como lo harían los sociólogos más de medio siglo después, como parte del comportamiento social que se explica por el lenguaje de las partes interactuantes. Al colocar en el campo de lo político el acto militar junto con la persuasión, pasan ambos a ser los instrumentos para la construcción del orden social, tanto interno de las formaciones históricas, como el internacional. En este sentido hay que aceptar que la estructura de la nación venezolana y su inserción en el sistema internacional son en gran medida producto de la acción bélica. De hecho, el reconocimiento de la República de Venezuela como un actor internacional, fue el resultado de la guerra de independencia que se adelantó entre 1811 y 1821, y el patrón de relaciones entre las clases y estamentos que conforman la nación ha sido la consecuencia, entre otras razones, del conjunto de confrontaciones civiles que caracterizaron la vida venezolana desde 1830 hasta 1913.
Es obvio que para concretar el planteamiento teórico es necesario ubicar el campo de estudio en el tiempo y en el espacio. En efecto, si se acepta -como aquí se hace- que la materialidad está en un continuo proceso de cambio, cada fenómeno adquiere características peculiares en los distintos lugares y momentos donde se manifiesta. En ese sentido, además de las relaciones de causalidad que producen los acontecimientos en un momento dado y lugar especifico, hay relaciones de antecedentes/consecuentes que los ubican en el eje del tiempo, marcando tendencias beneficiosas para el esfuerzo predictivo. Dentro de esa concepción, la racionalización de la guerra hizo posible la aparición de una disciplina científica identificada como geopolítica, conjuntamente con la generación de una rama del estudio de la historia particularmente dedicada a la evolución de la praxis militar. Por ello, se considera que todo planteamiento metaestratégico –relacionado con la filosofía de esta acción humana– debe estar vinculado a la noción del teatro de la guerra como espacio geográfico donde ella se materializa y a las condiciones socio-históricas presentes en el momento en el cual ella aparece. Por eso resulta admirable que el primer y tal vez único esfuerzo realizado en nuestro país para la construcción de un pensamiento militar venezolano, fuese hecho en 1810, sustentado sobre bases geopolíticas mucho antes de que apareciese alguna teoría al respecto y la práctica militar aplicada por los conductores de la Guerra de Independencia liderados por El Libertador Simón Bolívar, fuese guiada tanto por las experiencias históricas remotas e inmediatas, como por las consideraciones propias del escenario donde se realizó la confrontación.
Resumen del Contenido.
El primer Capítulo del ensayo contiene una transcripción literal de un documento titulado “Organización Militar para la Defensa y Seguridad de la Provincia de Caracas – Propuesta por la Junta de Guerra, aprobada y mandada a ejecutar por la Suprema, conservadora de los derechos del Sr. D. Fernando VII en Venezuela” publicado en la Imprenta de Gallagher y Lamb el año de 1810. Se trata de un documento que, además de ofrecer un código geopolítico que le da significado al territorio nacional en el ámbito internacional, informa sobre el contenido humanista originado en el pensamiento de “La Ilustración”, fundamento de las estrategias y tácticas de nuestra tradición militar. Ciertamente no otro contenido puede iniciar una obra de esta naturaleza. Ambas consideraciones inspiraron toda la acción militar realizada para alcanzar la independencia de América del Sur y para orientar las campañas militares que jalonaron nuestra guerra civil interna durante el Siglo XIX. Allí se enfrentaron las fuerzas conservadoras de nuestra población con las innovativas que mantenían el ideario humanista que alimentó las mentes de nuestros próceres a cuyo cargo estuvo la empresa liberadora.
La obra continúa con otro acápite titulado VENEZUELA EN EL MUNDO ACTUAL. En esta porción se sitúa temporoespacialmente el Estado Venezolano en relación con el sistema internacional. Se evalúa particularmente el proceso político nacional y su significado para nuestra población como grupo social y para la humanidad entera. Se parte de una reevaluación de nuestro código geopolítico considerando la influencia del petróleo en la redefinición de la imagen que los venezolanos y el mundo tienen del territorio nacional. Del mismo modo se reconsidera la realidad sociopolítica del país a la luz de los cambios radicales que se producen como consecuencia del advenimiento de lo que se conoce como posmodernidad. Dentro de estas consideraciones se ponen en evidencia los desafíos que enfrentan las concepciones militares que han dominado la teoría de la guerra hasta la actualidad.
Prosigue el ensayo desarrollando otro tema titulado LA METAESTRATEGIA VENEZOLANA. En este nuevo apartado se abordarán las cuestiones últimas, en la medida en que hoy, ellas gobiernan las conductas de paz, de amenaza y de guerra. Por primera vez en la historia, la especie humana considerada en su conjunto, es capaz libremente de un suicidio universal. Se intentará razonar la validez de la política actual de defensa del Estado Venezolano, como una contraposición a esa tendencia nefasta que domina la inclinación del sociosistema. En él se tratará, la tradición histórica presente en nuestra realidad social, reforzada por la conducta de esta sociedad en el último lustro, en la cual hay un rechazo a la guerra en beneficio de la paz. Se abordará fundamentalmente, el análisis de la calificación del territorio nacional como zona de paz, a lo cual se le añadirá el examen de los valores de libertad, igualdad, justicia y paz internacional que informan sobre el proceso de construcción permanente de la República y, la independencia, la libertad, la soberanía, la inmunidad, el dominio del territorio nacional y la autodeterminación como atributos del pueblo venezolano.
La obra continúa con un nuevo capítulo titulado LA REVOLUCIÓN VENEZOLANA, en el cual se vincula el estado (como condición física) del sistema político que dominó la realidad mundial y nacional hasta el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, con la situación de superposición de estados que ha caracterizado el período subsiguiente dentro del cual se produjo el inicio de la revolución venezolana. Se estima, en ese acápite, que no es posible encontrarle sentido a la metaestratégia propuesta, sin entender el proceso de transformación política presente en la realidad internacional con efectos indiscutibles en la vida nacional. Comienza el capítulo con una descripción del mundo de la bipolaridad y su dinámica, que resultó en la implantación momentánea de una aristocracia universal que tuvo vigencia por un corto lapso, hasta que se instauró un régimen unipolar después de la crisis del 11 de septiembre de 2001. Se desarrolla el resto del contenido de esta parte del trabajo, explicando como se produjo en Venezuela, dentro de ese contexto, el fin de una ilusión de armonía que había creado en nuestros ciudadanos una falsa percepción de seguridad y bienestar. Se aclara, finalmente, como esta superposición de estados resulta en Venezuela en un conflicto entre quienes dominaron la vida nacional durante aquella etapa y los que impulsan la emergencia de un nuevo estado que responda a las exigencias del presente y a la construcción de un futuro factible dentro de los parámetros que esta fijando la evolución del género humano. Una confrontación que es una reproducción de la que está presente en el ámbito mundial.
La obra concluye realmente con el capítulo titulado “EL DESAFÍO MILITAR VENEZOLANO”. En esa porción de cierre se induce lo que sería la misión de la Fuerza Armada Venezolana, concebida como el resultado del concurso de las acciones militares de la organización castrense semiprofesionalizada, con funciones manifiestas permanentes en el campo de la defensa estratégica del Estado y la población civil articulada en las Reservas y la Guardia Territorial que concretan la defensa integral de la nación. En esa definición se plantea como elemento central la asimetría del conflicto y, por consiguiente, el empleo preferencial de las estrategias tácticas y técnicas de las fuerzas irregulares. Su desarrollo contempla una estimación del poder relativo de combate de los beligerantes, considerando no solamente el “poder duro” proporcionado por los instrumentos de guerra, sino también el “poder blando” derivado de las fuerzas morales de los contendientes. Esta parte finaliza con un balance que toma en consideración la teoría de la mala percepción considerando al fenómeno bélico como un proceso comunicacional por excelencia. En ese final, se incluye el papel del terror como elemento decisivo en un enfrentamiento que es esencialmente de voluntades. La conclusión de la obra, incluye la idea mediante la cual se acepta que la guerra, es en definitiva, un examen sobre la capacidad de los pueblos para gozar del derecho a la soberanía.
El término del ensayo tal como lo fue el Capitulo I, es la transcripción de dos documentos, BOLÍVAR COMUNICA LA VICTORIA EN LA BATALLA DE CARABOBO AL CONGRESO (Valencia, 25 de junio de 1821) y, PARTE DE LA BATALLA DE CARABOBO (Caracas, 30 de junio de 1821) firmado por Pedro Briceño Méndez. Ambas piezas dan cuenta de detalles de la concepción estratégica operacional y de las maniobras tácticas que reflejan el genio militar de quien ejerció el mando supremo del Ejército Libertador, que obtuvo la victoria en esta batalla que concretó la metaestrategia diseñada en el pensamiento militar expuesto en el documento sobre la Defensa y Seguridad de la Provincia de Caracas arriba mencionado.
CAPITULO I
ORGANIZACIÓN MILITAR
PARA LA DEFENSA Y SEGURIDAD DE LA PROVINCIA DE CARACAS
Propuesta por la Junta de Guerra, aprobada y mandada a ejecutar por la Suprema, conservadora de los derechos del Sr. D. Fernando VII en Venezuela.
La Junta Gubernativa de Caracas a los habitantes de Venezuela:
La patria va a llamar a algunos de vosotros a su defensa; que su voz sagrada se deje oír por todos los buenos ciudadanos; que el grito de esta patria despierte en todos los corazones el entusiasmo fervoroso con que habéis proclamado vuestra libertad civil y los derechos del señor don Fernando VII, vuestro cautivo monarca. No basta, ciudadanos, haber sacudido las nuevas cadenas con que nos quería oprimir esa regencia insuficiente, erigida sobre las ruinas de la Junta Central. No basta haber arrojado las autoridades empeñadas en hacerla conocer, y en continuar a su sombra las opresiones criminales que han hecho gemir tres siglos al Nuevo Mundo; no basta haber erigido un gobierno provisorio que a pesar de sus desvelos por vuestra felicidad aún es precario e imperfecto, porque no liga los pueblos por una legítima representación nacional; no basta la unidad general de opresiones y sentimientos que os hace descansar en el seno del amor y de la confianza recíproca. Todo esto no es más que el primer paso hacia nuestra felicidad; nosotros no hemos hecho más que remover los obstáculos que impedían la grande obra de nuestra generación; pero ésta aún no se ha perfeccionado. Apenas hemos podido proclamar nuestra libertad civil y el carácter de ciudadanos españoles; apenas hemos podido elevar a la dignidad de patria esta gran congregación de habitantes de Venezuela que antes era el patrimonio del despotismo ministerial de una corte tan distante como corrompida. ¡Grandes cosas por cierto son éstas! Pero la patria aún vacila; las bases del edificio social no están aún bien sentadas: Ciudadanos, aún peligramos. El tiempo, cuya mano consolida todos los proyectos, no ha podido, no sólo fortificar el nuestro, pero ni aún darle forma; poco más de tres meses han transcurrido desde el glorioso día 19 de abril y este espacio, demasiado corto, apenas a bastado para sacarnos del caos y las tinieblas de nuestro antiguo sistema; pero ya ha llegado el momento, la necesidad urge, y el gobierno no puede desentenderse de ella; y puesto que la formación de la constitución política está fuera de sus facultades por depender de la representación nacional que va a formarse, al menos es necesario que proponga y realice los medios de conservar y defender la tranquilidad y seguridad interior del país, y el respeto exterior que le deben por su nueva representación política los países confinantes y las inmediatas colonias extranjeras.
Venezuela tiene por su posición la ventaja de poder ser el depósito de las riquezas de ambos mundos; situada en el centro de la América reúne el continente del Norte con el Sur, y tiene al frente el Archipiélago americano y todos los establecimientos europeos. En su interior, surcada de grandes ríos que la dividen en mil partes, y facilitan su comunicación con la América del Sur; confinante con Santa Fe por medio de unos llanos inmensos; con las posesiones portuguesas e inglesas por la Guayana, y con la provincia de Cartagena por Maracaibo. Todas estas relaciones aumentan los medios de su prosperidad; pero multiplican también sus peligros si por desgracia se interrumpe la paz con los países y colonias inmediatas. ¿Y podremos nosotros responder que esta paz será eterna? ¿Y para conservarla y evitar la guerra, no es preciso tomar un continente denodado y firme que nos haga respetar?
A este efecto, pues, un sistema de organización militar: no aquel sistema horrible de opresión con que los déspotas de la Europa arman una parte de los habitantes para tener en cadenas a la otra, y hace al soldado el satélite de la tiranía y el verdugo de sus conciudadanos. No, lejos de nosotros este sistema destructor, que no profane jamás estos países en que por la primera vez y para siempre, se han proclamado los derechos del hombre y la libertad de los pueblos. El sistema militar que conviene a Venezuela debe nacer de estos mismos derechos y de esta libertad. El ciudadano, sin dejar de serlo, ha de sostener y defender algún tiempo la patria que le da el ser para volver a su hogar con la dulce satisfacción de haber satisfecho un deber tan sagrado; mientras él se ocupa en este ministerio augusto, sus hermanos se emplean en cultivar la tierra para alimentarlo; en forjar las armas con que ha de aterrar al enemigo; y en cambiar las producciones del suelo por la industria extranjera que lo viste y le da comodidades. Después que él ha contribuido algún tiempo con la fuerza pública a mantener y conservar esta agitación saludable que alimenta y da vida a la sociedad, vuelve otra vez al ejercicio pacífico de su profesión, se consagra todo entero a la prosperidad de la patria y deja a otro la gloria de defenderla y la dulce esperanza de ser pronto reemplazado. Esta alternativa fraternal, esta circulación política que une sin contradicción los deberes de soldado y de ciudadano, que no deja al primero tiempo para corromperse, ni al segundo lo distrae de sus ocupaciones privilegiadas, es un vínculo que enlaza la utilidad general con la particular, y hace que la marcha de la sociedad sea tranquila y próspera a la sobra de algunos defensores que interrumpen sus tareas por poco tiempo. ¿Y a vista de este cuadro de unión y prosperidad, habrá algún ciudadano indolente que se niegue a armas su brazo por tres o cuatro años en defensa de la patria? ¿Habrá alguno que le vea con indiferencia, privada de una fuerza pública que la haga respetar? ¿El honor del hombre caraqueño hará tan poco efecto en su alma, que lo deje expuesto a vacilar en los horrores de una anarquía interior, o a ser insultado por los pueblos extraños? No, jamás, jamás se prostituirá así el corazón de un español americano, sus hermanos europeos defienden aún con desesperación una patria moribunda, ¿Qué no deberá él hacer por conservar la nueva patria que ha creado, por defenderlas de las asechanzas del tirano, y de sus partidarios manifiestos, y simulados?
El Gobierno provisional está íntimamente persuadido que estos son los sentimientos de todos los habitantes de Venezuela, porque son los dictan la razón, la justicia y el interés de la patria que guían todas nuestras operaciones actuales, y en esta virtud ha consagrado parte de sus desvelos a la organización de un sistema militar que defienda la patria, y que proteja los diferentes trabajos con que el ciudadano contribuye a su prosperidad.
Con este objeto ha echado una ojeada sobre nuestra antigua constitución; y no ha podido menos de compadecerse o indignarse. Esos infelices cuerpos nacionales, o milicias compuestas de casi todos los agricultores y artesanos de un solo pueblo o jurisdicción, separados casi veinte años de sus campos y talleres, arrancados del seno de su familia, sumergidos en la miseria con la larga interrupción del trabajo, arrojados a climas destructores en donde han perecido y, últimamente, degradados y corrompidos con la ociosidad de los destacamentos y guarniciones. Los cuerpos veteranos, siempre incompletos, mal disciplinados, compuestos, hasta ahora seis años, de reclutas europeos, por lo general criminales extraídos de presidios a quienes por fortuna han destruido sus vicios y la variación del clima, quedando los cuerpos mutilados y en esqueleto, y por consiguiente recargándose las Milicias con un trabajo indebido, que ha retardado el progreso de la población y de la prosperidad general.
Estos males han conmovido vivamente al Gobierno, y para evitarlos ha dispuesto con consulta de la Junta de Guerra establecer un plan militar que combine la necesidad de una fuerza pública con el fomento del Estado, y que destruya radicalmente los vicios de la antigua constitución militar.
Con este objeto ha creado, por ahora, para la guarnición y defensa de la provincia de Caracas tres Batallones Veteranos de cinco compañías; cuatro de fusileros de cien plazas, incluso sargentos, cabos y tambores, y una de granaderos de ochenta, incluso un cabo y seis gastadores; un capellán, un cirujano, un armero, un tambor mayor y los pífanos. Cada compañía estará al mando de un capitán, un teniente y dos subtenientes. Estos tres batallones servirán para guarnecer las plazas de Caracas, La Guaira y Puerto Cabello. Se relevarán de una plaza a otra cada tres años, o cuando se tenga por conveniente. Cada batallón estará al mando de dos jefes, un comandante, con un sargento mayor y su ayudante.
En tiempo de guerra o cuando la necesidad lo exija, podrá aumentarse a cada compañía el número de plazas que se considere preciso, y de la misma suerte en tiempo de paz y tranquilidad se podrá disminuir la fuerza, quedando cada cuerpo en las trescientas plazas que es suficiente para guarnecerlas en épocas pacíficas.
El establecimiento de estos cuerpos libertará a las milicias Nacionales de guarniciones, salidas y destacamentos contrarios a su instituto que no es otro que ser cuerpos de ciudadanos pacíficos, instruidos y dispuestos a ser los primeros que tomen las armas cuando el enemigo se acerca.
Es preciso, pues, que para realizar este plan, todos los ciudadanos jóvenes se disputen a porfía el derecho glorioso de ser los primeros que se consagren a la patria para restablecer este regeneración militar y social; es preciso que al hacer por tres años este sacrificio cívico de su tranquilidad, consideren que esta misma patria lo exige y que de él van a nacer para siempre la paz, la tranquilidad y la abundancia; que bajo su protección las leyes van a ser obedecidas, las propiedades conservadas, la seguridad personal respetada; y que no siendo más que unos ciudadanos armados por poco tiempo, van a ser el freno de ambición y el apoyo a la libertad.
Estos ciudadanos que voluntariamente quieran alistarse en todo el distrito de la provincia de Caracas, se presentarán inmediatamente al juez del pueblo de su residencia, y éste, después de asegurado de su robustez y buena disposición, los admitirá y propondrá todos los recursos para trasladarse a la ciudad de Valencia o Caracas, en donde habrá un oficial, que los recibirá, alistará y remitirá a sus respectivos cuerpos.
De los batallones de Milicias se recibirán también todos los voluntarios que quieran entrar a servir en estos cuerpos veteranos, e inteligencia que tanto éstos como los anteriores no deben ser padres de familia.
Deben también destinarse al servicio de estos cuerpos y malentretenidos; pero es menester que, para evitar errores y arbitrariedades se entiendan por tales, sólo aquellos hombres a quienes su pobreza y desaplicación los hace servir de una carga pesada a sus conciudadanos y a la sociedad en general, y que su holgazanería, promoviendo la de los otros, destruye el espíritu de actividad e industria, fomenta el juego, la embriaguez, el libertinaje y todos los vicios. Por lo mismo, con un hombre ocioso que desatienda sus bienes, pero se mantenga en ellos, no puede el magistrado tomar otra providencia que corregirlo por aquellos vicios que las leyes sujetan su inspección. Al contrario, un malvado, un criminal que las infringe directamente, debe ser castigado con las penas establecidas; y jamás podrá tener entrada por vía de corrección en unos cuerpos que no han de estar compuestos sino de ciudadanos honrados o capaces de serlo, y que van a ser la escuela de la virtud armada de defensa de la patria.
El hacer, pues, de los vagos, considerados en el sentido que se ha dicho, unos ciudadanos útiles a la patria, sería el mayor bien para el fomento de la agricultura y la industria, y para mejorar las costumbres; objetos todos de la mayor importancia en nuestro actual sistema.
Sin embargo, estos medios tal vez no serán suficientes, y como por otra parte el Gobierno debe establecer un método fijo y seguro de proveer a la fuerza pública, que ni dependa de la voluntad precaria del ciudadano, ni de sus vicios, es necesario que se adopte el que la naturaleza y la justicia han dictado en todos los países libres, esto es, una contribución de hombres que cada distrito debe hacer, guardando una proporción exacta con su población. De esta suerte sufrirán todos los pueblos con igualdad la carga de contribuir a la defensa del Estado, los ciudadanos a quienes les toque por suerte venir a cumplir esta deuda sagrada en nombre del suyo, no podrá quejarse jamás ni de su injusticia ni de la parcialidad, el pueblo en cuyo nombre se gloriará de tener parte en la defensa del Estado por medio de alguno de sus hijos; la instrucción militar se difundirá a vuelta de pocos años, y la masa general sabrá los deberes del soldado y ejercerá pacíficamente los del ciudadano.
¿Qué mayor ventaja podrá desear cualquiera, aún prescindiendo de todo motivo de patriotismo, que libertase para siempre del Servicio Militar Veterano con el sacrificio de poco tiempo? ¿Qué cambio puede ser más lucrativo y generoso, que rescatar la tranquilidad de toda su vida con sólo tres años consagrados a la defensa de la patria? Que satisfacción más dulce que la de poderse decir a sí mismo: “Mientras yo velo descansa el pueblo que me ha visto nacer, yo protejo sus trabajos pacíficos y esta tranquilidad dichosa se interrumpe solamente con las bendiciones de que me colma”.
El tiempo del empeño de estos ciudadanos reclutas será sólo de tres años para los voluntarios, y de cuatro para los demás. Cumplido este término se les despachará su licencia absoluta para no volver a servir más en clase de Veteranos a excepción de aquellas épocas extraordinarias y peligrosas a nuestra seguridad en que la patria llama a todos sus hijos a su defensa.
Cada uno de estos ciudadanos será respetado y considerado por los vecinos del pueblo de su residencia; serán atendidos y preferidos en las elecciones públicas que deben hacerse de los empleos municipales o del cabildo; no serán molestados en la instrucción que ha de darse a los cuerpos de Milicias Nacionales, en donde serán considerados únicamente como maestros y modelos: últimamente, todos los que fuesen licenciados sin nota, usarán en la manga un escudo que será el sello de su honrado patriotismo.
Los que descubriesen una grande aplicación y talento para la carrera militar, de manera que pueda formarse en ellos excelentes cabos, sargentos y oficiales, y quisieren voluntariamente continuarla, podrán verificarlo haciendo antes constar el consentimiento de sus padres, parientes, u otras personas de cuya autoridad dependan según nuestras leyes, con tal que estas personas tengan bienes o un ramo importante de industria que fomentar, pues si no se mantienen más que de su trabajo personal, no será preciso este consentimiento, para lo cual se anotará en cada filiación la circunstancia de ser propietarios los padres del recluta, o el oficio que ejercen. En caso de continuar el servicio con estos requisitos optarán los ciudadanos a los premios de constancia, o inválidos con arreglo a ordenanza.
Las vacantes de oficiales y sargentos primeros de estos cuerpos deben reemplazarse por antigüedad en el cuerpo de oficiales, cadetes y sargentos de los tres batallones por una escala general. En esta escala deben incluirse los primeros Ayudantes Veteranos de los cuerpos de Milicias que siempre deberán ser capitanes graduados, a fin de que por su antigüedad ascienden a capitanes efectivos en los Veteranos, saliendo después a la de jefes cuando les corresponda; bien entendido que nadie podrá serlo de ningún cuerpo de Milicias sin haber antes sido por este medio capitanes de algún cuerpo Veterano.
Los ayudantes segundos deben salir de la clase de subalternos de estos mismos cuerpos Veteranos, pudiendo permutar unos con otros, cuando les acomode. De esta suerte tiene ascensos estos Ayudantes, y le es lo mismo que ser subalternos en los cuerpos Veteranos; pues teniendo derecho para permutar recíprocamente, y pasando a capitanes vivos los primeros ayudantes por su antigüedad, todos sirven con la esperanza de ascender en la carrera, como es justo.
Los cadetes de estos cuerpos deben mantenerse siempre todos en la capital, para que estudien el curso de matemáticas y adquiera los demás conocimientos pertenecientes a la carrera militar. Para que se verifique este importante proyecto se establecerá una academia militar bajo la dirección de un oficial de ingenieros en quien se reúnan todas las circunstancias para ser director y maestro de este útil establecimiento. En esta academia se formarán los que hayan de ser oficiales de todos los cuerpos de ejército, por cuya razón los jefes de estos asumirán a sus oficiales y sargentos a que se apliquen a adquirir en ella los conocimientos necesarios en su carrera,
Además de este establecimiento cuidarán los jefes de los cuerpos de formar en sus cuarteles una escuela de primeras letras obligando a los cabos y afirmarlo a los jóvenes de disposición que haya en la tropa a que precisamente aprendan en ella a leer, escribir y contar, sirviendo de una gran recomendación a cualquier oficial o sargento el encargarse de esta escuela.
El uniforme de estos cuerpos será chupa o casaca corta de paño azul, vuelta con punta prolongada sobre la parte superior del brazo y cuello alto encarnados, solapa y vivos anteados, botón y cabos dorados; sombrero redondo con una ala apuntada y sujeta airosamente con la presilla y escarapela; chupín y pantalón blanco, botín negro de paño. Estos batallones estarán siempre prontos a marchar, por consiguiente nunca debe pasar el vestuario de soldado de tres prendas. La tropa se acostumbrará a llevar siempre su mochila al hombro en las marchas, revistas y ejercicios. Esta mochila debe ser de una piel que preserve la ropa de la humedad aun cuando llueva. Nunca marchará la tropa sino a pié y con la unión y forma establecida en la ordenanza.
Cuando lleguen a reunirse estos tres cuerpos porque así conviniese, formarán entonces un Regimiento y, en este caso, el comandante más antiguo hará funciones de coronel, el segundo las de teniente coronel y el tercero las de comandante de batallón. Cada sargento mayor subsistirá en el suyo, manejándose con independencia en sus fondos o intereses.
El reglamento para el gobierno económico de estos cuerpos y el método de su distribución y ajustes, que será muy diferente y mucho más simplificado que el que antes se practicaba, se formará inmediatamente.
En las tres plazas de Caracas, Puerto Cabello y La Guaira se creará el empleo de sargento mayor de Plaza con su ayudante, a fin de que se haga el servicio con la exactitud prescripta en la ordenanza. El sueldo de estos sargentos mayores será el mismo que el de los cuerpos, sin otra gratificación, y el de los ayudantes del mismo modo.
Igualmente habrá un oficial comandante de ingenieros con su ayudante que debe ser un subalterno, y otro igual de artillería también con su ayudante; y una compañía o destacamento de cincuenta artilleros veteranos con sus tres oficiales, además de los de milicias que serán restablecidos.
Tal es el plan militar que la Junta de Caracas cree debe adoptarse en el departamento de Venezuela, con solo la modificación natural que cada provincia ha de hacer con respecto al número de tropas, y puestos que deben guarnecer, sobre los que la Juntas respectivas darán sus informes para caminar de acuerdo en una reforma tan importante. ¡Ojalá que ella sea capaz, como lo deseamos, de destruir la horrible diferencia que el despotismo había introducido entre el ciudadano y el soldado; ojalá que ella pueda restituir a éste sus primitivos derechos, perdidos por el abuso que todos los gobiernos han hecho de su ministerio, y que él no sea otra cosa que el defensor de la patria, el apoyo de la libertad y el terror de la ambición!
Soldados que habéis servido hasta este momento; ciudadanos que vais a ser soldados: no olvidéis jamás las máximas sobre que se funda la nueva constitución militar; aborreced, mirad como un enemigo de la patria y de vuestro propio honor al que os infunda ideas de orgullo y preponderancia respecto a los demás habitantes pacíficos; el soldado que las adopta no está distante de renunciar a la calidad augusta de ciudadano, de quebrantar el vínculo social y de hacerse un ente venal, dispuesto a entregarse al primero que quiera valerse de él para oprimir a sus hermanos. Bórrense para siempre estas ideas antisociales; aspiremos al honor de purgar la constitución militar de los vicios que la degradan en otros países, y que el departamento de Venezuela sea el primero que en este siglo presente a los ojos del universo un cuerpo de ciudadanos valerosos y dignos de defender la justa causa que hemos proclamado en Caracas.
(Se publicó en la Imprenta de Gllangher y Lamb, 1810, folleto de 12 páginas numeradas 23,5 X 14 centímetros)
CAPITULO II
CAPITULO II
VENEZUELA EN EL MUNDO ACTUAL
PARTE 1
EL ESPACIO GEOGRÁFICO Y EL PENSAMIENTO MILITAR VENEZOLANO
Los Cambios en el Código Geopolítico Venezolano.
El territorio nacional constituye hoy en día el centro de una región geoestratégica. Un espacio donde se materializan las contradicciones políticas presentes en el sistema internacional. Positivamente, en el hemisferio occidental, es en Venezuela donde se está concentrando el dilema que enfrenta la unipolaridad con la multipolaridad y su correlato, la multilateralidad. Desde la perspectiva filosófica es un área de confrontación entre las ideas del humanismo con las ideas darwinianas de la selección natural y la jerarquización del orden social. Sin embargo, hay que admitir que se trata sólo de un escenario secundario, puesto que el conflicto principal se está produciendo en el espacio euroasiático y, particularmente, en el Medio Oriente y el Asia Central. No es esta situación una acción deliberada. En el hemisferio no se ha desarrollado ningún centro de poder que rivalice con el potencial que actualmente exhibe los Estados Unidos de América después del derrumbe de la bipolaridad que de alguna manera mantuvo el balance geoestratégico en el ámbito mundial. Es en ese espacio de Eurasia donde están radicados los poderes tradicionalmente competitivos con la potencia del norte de América (Unión Europea y Federación Rusa) y los emergentes (China e India) que hoy se presentan como sus rivales potenciales en el futuro mediato.
Nuestro territorio interpretado sabiamente por los autores del documento presentado en el Capitulo anterior como un “puente” que une el mundo de occidente con el mundo oriental y la porción norte del hemisferio con el subcontinente del sur perdió, durante el Siglo XX, su valor semántico. La transformación del país de un espacio uniformemente ocupado, dado el carácter agrícola de su economía, en un espacio polarizado alrededor de la actividad minero-industrial-petrolera que le dio otra lectura, tanto a los venezolanos como al resto de la humanidad sobre el simbolismo del territorio nacional. Este espacio pasó a ser estimado por propios y extraños como una fuente de energía para alimentar la producción industrial típica de la modernidad. En concreto se dejó de ser “puente” para pasar a ser “reservorio” de energía del mundo industrializado. Un hecho que estableció una relación de interdependencia asimétrica con los consumidores que fracturó los vínculos particularmente con el subcontinente suramericano y las potenciales relaciones con Asia. Pero aparte de este impacto en nuestra inserción en el sistema internacional, este cambio tuvo un efecto dramático sobre la organización territorial del país. Alrededor de los polos minero-industriales establecidos para la explotación petrolera, se formaron enclaves de desarrollo secundario dependientes cultural y tecnológicamente de los centros industriales donde ha venido ocurriendo el desarrollo primario con una economía de acumulación, rodeados de unas periferias con economías tradicionales que ocupan el espacio al norte del eje Orinoco – Apure con marcados signos de pobreza; y, un espacio residual situado al sur de ese eje prácticamente desconectado del ecúmene del Estado (Un espacio interconectado donde se realizan las interacciones psicológicas, económicas, políticas y sociales que permiten la integración del país). Una circunstancia que implica no sólo la existencia de un vacío de poder, sino la ausencia de una frontera que vincule este territorio con el de los Estados con los cuales tenemos régimen de vecindad.
Integración Espacial Virtual y sus Efectos.
La solución de la situación asimétrica arriba mencionada tendió a buscarse mediante la asociación con los países periféricos que compartían con el territorio nacional la condición de “reservorios” energéticos del mundo industrializado. Una integración espacial virtual (discontinua) que efectivamente, al menos en el ámbito económico–financiero, colocó el espacio integrado y sus gobiernos asociados como un centro de poder mundial. De alguna manera en estas circunstancias el país empezó a recuperar la condición de “puente” que expresaba nuestro código geopolítico. Ciertamente, esta asociación permitió la conexión de oriente con el occidente y dio inicio al reestablecimiento del enlace entre la América Meridional y la Septentrional. El establecimiento de ese nuevo espacio virtual facilitó el inicio de un proceso de integración geográfica que asociaría los espacios del hemisferio sur del planeta. Se planteaba así una distribución geoespacial dual, a escala planetaria, que colocaba en el hemisferio norte el área más desarrollada con economías de acumulación, mientras en el sur se ubicaba la zona de economías tradicionales de limitado desarrollo socioeconómico. Un dualismo de profundo significado geoestratégico, pues sería fuente para la generación del típico conflicto centro-periferia.
Este proceso facilitó la aceleración de una dinámica de integración de la región Latinoamericana y Caribeña materializada en la configuración del Sistema Económico Latinoamericano (SELA). Es este hecho la reanudación de un movimiento que formó parte de la gesta independentista, con un momento cumbre en el Congreso Anfictiónico de Panamá (1826) congregado por iniciativa del Presidente de Colombia (La Grande) El Libertador Simón Bolívar. Previamente a este momento, en la década de los cuarenta del Siglo XX, se había desarrollado una tendencia hacia la integración geoestratégica de los espacios llanos de la fosa amazónica ocupados por Argentina y Brasil y los países “amortiguadores” de Paraguay y Uruguay. Se trató de un esfuerzo interpretado como amenazante para los Estados Unidos de América en un momento en el cual este país estaba comprometido en la Segunda Guerra Mundial. Muchos pensadores militares y geopolíticos de la época consideraron tal desarrollo como el inicio de la generación de un centro de poder significativo a escala internacional en esta región del mundo. Una inclinación que reaparece a finales de la década de los ochenta de la pasada centuria con la activación de MERCOSUR. La asociación que aspira integrar los espacios de la subregión sudamericana conocida como Cono Sur. A ese movimiento se han asociado Chile y Venezuela configurando la base para la unificación espacial de la región meridional de América dentro de la figura de la Comunidad de Naciones Sudamericanas. Desde luego, la agregación de este enorme espacio en una unidad, con sus recursos y población, implica su valoración en el panorama geoestratégico mundial como una de las áreas de mayor importancia en el planeta. Un hecho que rompería el balance estratégico actual que tiende a lograrse a través de la asociación entre el espacio europeo y el espacio asiático que compensa el descomunal poder acumulado en el norte de América.
En este contexto se convierte en la actualidad (desde el 2001 hasta el presente) el espacio de integración de MERCOSUR, en una región geoestratégica de la cual forma parte, como se dijo al inicio de este capítulo, Venezuela. Un país que por su situación geovial (su carácter de “puente”) y por su condición de productor energético, adquiere un valor geopolítico relevante. Indudablemente la desestabilización del Estado Venezolano causaría perturbaciones tensivas que pondrían en serio riesgo el futuro del proceso integrador. Es eso lo que transforma a nuestro territorio en un escenario de conflicto. Un campo de acción donde convergen las fuerzas que representan los distintos intereses presentes en la política internacional actual. Desde luego, en este Teatro de Guerra, las potencias euroasiáticas rivales de la hiperpotencia norteamericana, tienden a alinearse con la postura venezolana colocada alrededor de la multipolaridad frente a la unipolaridad sostenida por el gobierno de Washington. Hay en esta interacción, una acción militar ofensiva, dentro de la concepción de las llamadas “guerras de cuarta generación” que se expresa a través de una praxis conocida como “estrategia de contención”. Una línea de acción, aplicada durante la guerra fría, que se manifiesta por un cerco de bases militares en la periferia de la región geoestratégica en donde están los centros de poder emergentes. Fue de esta manera como se neutralizó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que integraba la geografía de lo que, en la vieja concepción geopolítica determinística, se consideró como “el pivote del mundo”. De allí el intento de controlar la región andina, a través del conocido PLAN COLOMBIA, para complementar el cerco ya establecido mediante el dominio de la Cuenca del Caribe con el correspondiente establecimiento de bases militares avanzadas en la subregión Centroamericana y las Antillas.
PARTE 2
LA HISTORIA Y EL PENSAMIENTO MILITAR VENEZOLANO
La Crisis Histórica Actual de la Humanidad.
La realidad actual del sociosistema lo coloca en una situación que el filósofo español José Ortega y Gasset califica como “crisis histórica”. Es un momento en el movimiento de cambio de la humanidad en el cual los valores y las relaciones que estos generaron pierden su significado sin que se encuentren sustitutos que permitan delinear una nueva estructura que ordene la vida del hombre en el planeta. Como en anteriores circunstancias han sido los avances en el campo del conocimiento, con el correspondiente desarrollo de nuevas tecnologías, lo que perturbó significativamente desde principios del Siglo XX, el orden mundial. Indudablemente el desarrollo de la física quántica, que implicó la implantación de un nuevo paradigma científico, ocasionó una revolución de similares consecuencias a las que tuvo la revolución científica del Renacimiento Europeo. Si éste desarrolló la mecánica con la consiguiente aparición de las máquinas, la nueva revolución generó la tecnología digital, la informática y la genética, que le han dado al hombre un control casi absoluto sobre toda forma de vida. Las técnicas derivadas de estas tecnologías han originado transformaciones profundas en la política, en la economía, en la ética y en la religión que han desestabilizado no solamente el sociosistema, sino también el sistema ecológico, base de la vida humana. Es tal el desbalance que se ha producido que la brecha existente en el Siglo XVIII entre países ricos y pobres que era equivalente a cinco veces sus ingresos, para el año 2000 alcanzó a trescientas noventa veces. La población mundial en el año 1800 estimada en 1.000 millones, pasó en el año 2000 a 6.000 millones. Y se han duplicado las expectativas de vida que pasaron de treinta años para 1800, a sesenta y cinco años para el año 2000. Desde luego, todo con un impacto negativo en los recursos renovables y no renovables que ofrece el ecosistema.
La Crisis Histórica y la Revolución Bolivariana de Venezuela.
En esta coyuntura de incertidumbre se origina en Venezuela, en 1992, la Revolución Bolivariana, que lleva al control del poder público a los sectores indómitos que resistían activa o pasivamente el esquema de dominación ejercido directamente por los miembros de los enclaves de desarrollo secundario, agregados en la llamada “sociedad civil” e indirectamente por la élite globalizada que domina la política internacional (unos 1.000 millones de personas, que configuran lo conocido como “economías intervinculadas”). Este movimiento expresa a lo interno del país una aspiración del sistema político nacional de recuperación de su equilibrio, perturbado severamente durante la década de los setenta por la crisis petrolera internacional. Refleja el viejo dilema que mueve la historia en el cual a la fuerza de la inercia que tiende a mantener las estructuras, se le enfrenta el deseo de diferenciación del estado existente materializado en un nuevo estado. En cierta forma, la dinámica generada ha permitido un renacimiento del pensamiento humanista renovador contenido en el ideal independentista, que está enfrentando a las fuerzas conservadoras nacionales e internacionales con su orientación darwinista. Se contrapone a la visión simplista de la universalización de una cultura única con la óptica compleja del pluralismo cultural que respeta la riqueza de la variedad. En el plano netamente estratégico la actual situación venezolana ha establecido una relación dialéctica entre el poder concentrado en los actores políticos dominantes y el poder difuso distribuido en las organizaciones sociales populares, nacionales y transnacionales. Es una interacción que se realiza dentro del marco de las ya mencionadas “guerras de cuarta generación”.
Esta nueva concepción de la confrontación militar, resultado de la crisis histórica en la cual se vive, reemplaza casi totalmente las viejas nociones de la acción bélica, específicamente las ideas que informan sobre esta conducta en la era moderna. En esta etapa histórica –la modernidad- la lógica de la guerra, utilizando la máquina como herramienta fundamental para su realización, conducía a tres categorías de acciones: la destinada a la destrucción o neutralización de las fuerzas militares enemigas; la ocupación del territorio del adversario; y, la acción política de la imposición de la voluntad del vencedor sobre el vencido a través de la capitulación. Correspondía este proceso, a una acción social en la cual era posible diferenciar los combatientes militares de los civiles no combatientes y el espacio del Teatro de Operaciones, donde se realizaban los encuentros y la batalla, de los espacios dedicados a la actividad civil. Se trataba de un juego con reglas establecidas expresadas por el derecho a la guerra y el derecho en la guerra, integrantes del cuerpo de normas que regulan las relaciones entre los estados y conforman el derecho internacional público. Esas ideas fueron las que orientaron el Pensamiento Militar venezolano, en particular, y en general la filosofía de la guerra a escala global. Se incluía dentro de las operaciones militares tanto las acciones llamadas convencionales como aquellas denominadas irregulares, siempre que ellas estuviesen dirigidas contra los combatientes enemigos. Las acciones realizadas contra objetivos civiles, constituían actos de “lessa humanidad” y eran por lo menos objeto de sanciones morales. La Segunda Guerra Mundial sentó el precedente de la sanción judicial a quienes aplicaban el terrorismo bélico, término con el cual se designó los actos inhumanos realizados contra la población civil e incluso, contra los combatientes heridos o capturados. De manera general, aún con los horrores implícitos en el uso de la violencia, las guerras que preceden la actual contenían elementos fundamentales del pensamiento humanista.
El Pensamiento Humanista y el Efecto del Positivismo en la Metaestrategia Nacional.
Este pensamiento humanista que orientó la acción militar venezolana, incluyendo las realizadas en el marco de las confrontaciones civiles internas, sufrió una muy importante variación a principios del Siglo XX, con el advenimiento de lo que ha sido conocido como la hegemonía andina. De una concepción que reflejaba la idea de la movilización en masa, muy claramente señalada en el documento transcrito en el Capítulo I de esta obra, en la cual era obligación de todo ciudadano el participar en la función de defensa estratégica del Estado, que incluía “el tomar banderas” en las contiendas internas según la conciencia individual, se pasó a la conformación de un estamento militar profesionalizado a quien se la adjudicó el señorío de las actividades de defensa. Esto a pesar de que los instrumentos legales que se promulgaron durante ese lapso, mantenían las disposiciones que regulaban la organización de las reservas militares que hacían práctica la participación ciudadana en la defensa militar del Estado. De hecho, las milicias que tradicionalmente se conformaban dentro de las jurisdicciones de los estados que constituían la Federación, desaparecieron de la organización militar de la República.
Esta tradición histórica y constitucional, cambió como consecuencia del Imperio del pensamiento positivista en la orientación del régimen andino (1899-1945). Dentro de esta aproximación filosófica, por cierto con algún contenido racista, el valor fundamental de la acción pública del gobierno del Estado era el progreso, en términos concretos identificado con la industrialización, dependiente del orden tanto en el entorno interno como en el ámbito internacional. De allí que para esta última finalidad, se consideraba a las Fuerzas Armadas, dirigida por una élite profesional, parte de una ilustrada que le correspondía el gobierno de la nación, como responsable del logro del orden interno y la seguridad de las fronteras como condiciones indispensables para el progreso de la comunidad política. No es de extrañar entonces, que las primeras decisiones en el terreno de la defensa militar del país, estuviesen dirigidas a neutralizar las fuerzas irregulares indómitas, que competían por el logro del poder a escala regional o nacional y a organizar un centro académico de formación de Oficiales destinados a configurar esa élite militar. Esta última decisión contravenía la tradición implantada desde la época colonial cuando la formación académica del cuerpo de oficiales se realizaba en la Real y Pontificia Universidad de Caracas o en los cuerpos de milicias criollas o pardas que constituían las fuerzas locales que complementaban el Ejército Español. Además, como parte de esa política, el problema de la delimitación del territorio fue central como componente del aseguramiento de la estabilidad de las fronteras. Este pensamiento positivista fue mantenido invariable durante todo el Siglo XX, hasta el momento actual cuando la situación existente en el sistema internacional obliga a su revisión. Durante ese largo período se mantuvo la situación estamental del sector militar de la sociedad venezolana con los privilegios positivos en la consideración social, fundados en su modo de vida y, en consecuencia, en maneras formales de educación y en prestigio profesional. Durante el fenecido régimen “puntofijista”, en el reparto de poder que se realizó entre las cúpulas de los partidos y los sectores sociales venezolanos, se mantuvo esta orientación al adjudicarle al estamento militar el señorío sobre los asuntos fronterizos, el propio equipamiento, la administración financiera y de recursos humanos de la Institución.
La Guerra como Parte Integral de la Política.
No obstante, no se puede considerar la guerra como un fenómeno aislado dentro del esquema simple amigo-enemigo en el cual se suele analizar. Incluso el autor mencionado como paradigmático en el análisis de la guerra moderna, a pesar de vincularla con la política, y de alguna manera con la economía al desarrollar la idea de la logística, no abarca la complejidad del conflicto humano y en particular, la de los conflictos intersocietales –conflictos entre formaciones sociales-. En ese particular, referidos a nuestra propia historia militar, las acciones bélicas desarrolladas principalmente a lo largo del Siglo XIX, reflejaban variadas contradicciones presentes en la sociedad venezolana, cuya consideración es necesaria, no solamente para conocerlos sino para tener bases para la realización de proyecciones prospectivas. Desde la guerra de independencia hasta la actual confrontación, han actuado, con peso variable, distintas fuerzas que expresan las ideas y los intereses de factores internos o externos de poder. No se puede hablar por ejemplo, de la gesta emancipadora como un enfrentamiento simple entre la nación venezolana y el Imperio Español, aún cuando fueron estos factores los que dominaron políticamente su desarrollo. Una circunstancia que es la que permite identificar la coyuntura. En ella, estuvieron presentes conflictos centro-periferia, que enfrentaban las provincias con la capital, donde se tendía a concentrar el poder desde el establecimiento de la Capitanía General en 1777. También allí, subyacían conflictos étnicos derivados de la extrema acumulación, producto de un orden estamental, con componentes raciales, que separaban las corporaciones con privilegios positivos de aquellas negativamente privilegiadas. Tampoco estuvieron ausentes los diferendos entre sectores conservadores, que pretendían mantener la estructura estamental original, en contra de los que favorecían una estructura de clases que correspondía a la modernidad. Esto sin faltar las diferencias religiosas entre los fundamentalistas católicos y los partidarios de la sociedad laica. Lógicamente, la injerencia externa, motivada por las aspiraciones de las grandes potencias, por la primacía o la hegemonía mundial, fue evidente. Particularmente la participación de la Gran Bretaña, formaba parte de la aspiración imperial de este centro de poder, que lograda la victoria por la causa liberadora, pasó a tutorear el régimen político, dentro del esquema neocolonial. Una configuración donde el dominio del terreno perdía significado, para que el control de los mercados lo ganaran. En ese marco, perdieron valor las acciones de las guerras terrestres, en favor de la guerra naval.
El tipo de consideración anterior se podría hacer para todas las campañas militares que se desarrollaron en nuestro pasado. Por ejemplo, en la guerra federal (1859-1863) lo notorio era el enfrentamiento de clases, pues ya se había realizado un desarrollo urbano y las propiedades rurales habían introducido herramientas y tecnologías que alteraban su carácter tradicional. Pero allí, en esa confrontación, estaban presentes la mayoría de las contradicciones que se mencionaron en el párrafo anterior, incluyendo la injerencia externa, en este caso particular, la de Francia. Esta complejidad plantea aún hoy en día, problemas políticos que eventualmente originan situaciones de crisis, incluso cuando el Estado enfrenta enemigos externos. Y ella tiene un particular impacto en los esquemas organizativos de las sociedades orientados hacia su defensa estratégica. Son variables que afectan la unidad y la coherencia de las fuerzas castrenses, llegando hasta su división y la materialización de la guerra civil. La respuesta a este problema en la modernidad, ha sido la creación del sentimiento de lo que se conoce como “patriotismo republicano”. Una idea no vinculada a las nociones clásicas de patria común y patria propia, sino derivada de la noción de “patriotismo constitucional”, acuñada por los enciclopedistas y en concreto por Juan Jacobo Rousseau y Voltaire. Ese es un concepto que se fundamenta en la imagen del contrato social (constitución), mediante el cual los ciudadanos por nacimiento o naturalización, ocupan un territorio (la patria) para su disfrute, con el cual tienen una relación de interdependencia. Es sobre esa idea, que se pudo conformar el Ejército Libertador que actuó de manera coherente y unificada en la guerra de liberación.
El Paréntesis del Burocratismo Autoritario.
En ese largo período del Siglo XX, donde imperaron las ideas del positivismo, con su noción de casta en el ambiente militar, hubo un paréntesis en el cual se intentó regresar al pensamiento sobre la guerra, del humanismo, desarrollado durante la Revolución Francesa, por el matemático y revolucionario Lázaro Carnot. Una filosofía, que se sustenta justamente en la idea del patriotismo republicano y que colocaba la defensa militar del Estado, en manos de sus ciudadanos, tal como se describe en el documento transcrito en el Capitulo I de esta obra. Ese intérvalo, se llenó con el proyecto conocido como el “Nuevo Ideal Nacional”, que en lo militar preveía la complejidad para lo cual reducía significativamente el tamaño de las fuerzas activas, únicamente para su empleo como fuerza de reacción inmediata, dejando la estructuración masiva de las fuerzas militares a cargo de las reservas. Una decisión que le ponía fin al pretorianismo militar, donde el componente de la defensa asumía la protección del régimen de gobierno o de la clase dominante y no del Estado. Más aún, entendiéndose que el esfuerzo militar para la defensa, demandaba de una capacidad industrial básica, concibió un desarrollo manufacturero de utilidad para el crecimiento de la economía, con una aplicación tangencial para la generación de una industria bélica, que le proporcionara autonomía estratégica a la nación. A la par que, paralelamente impulsaba la investigación científica en campos de punta, como el nuclear, para lograr generar una capacidad disuasiva. Sin embargo, aún cuando la acción inspirada por este pensamiento se interrumpió, él persistió en la mente de muchos intelectuales, académicos y militares venezolanos, reforzada por su aplicación exitosa, años después en Francia y actualmente en la contemporaneidad por los centros de poder más significativos del sistema internacional.
PARTE 3
DEBATE ACTUAL SOBRE EL TEMA MILITAR EN VENEZUELA
Los Nuevos Enemigos Virtuales: el Terrorismo y el Narcotráfico.
Dentro de la coyuntura nacional e internacional, se está desarrollando un nuevo pensamiento militar entre los factores de poder dominantes (quienes controlan las economías intervinculadas) a escala global. Es una lógica en la cual se modifica hasta la idea del enemigo. Ya no se trata de un centro de poder adversario, ni siquiera de un gobierno rival, sino de un ente no especificado que usa sus capacidades irregulares para buscar objetivos políticos. “El terrorismo”, “el narcotráfico” o una combinación de ambas abstracciones, son los que se identifican actualmente como enemigos dentro de ese nuevo concepto del acto bélico. En ese contexto, el combate a ese adversario pone en marcha “la máquina de guerra del estado”, con capital constante (medios y equipos) y capital humano variable. Se trata así, de enfrentar un oponente no diferenciado que actúa de una manera no convencional, sobre blancos y objetivos no militares. Es decir, sobre un contrario que usa el chantaje y la extorsión como forma de acción. Según esta aproximación, esas acciones del ente abstracto están dirigidas más hacía la obtención de efectos psicológicos, que hacía la destrucción o neutralización de la fuerza militar antagónica. Se trata, de anular la capacidad de defensa de las sociedades organizadas, al intentar quebrantar su voluntad para resistir. Por ello, la “máquina de guerra del estado”, debe buscar causar el mismo efecto especialmente sobre aquellos “estados forajidos” que ayudan, apoyan o permiten las acciones de este particular tipo de beligerante, que por “naturaleza” no observa las reglas de la guerra. Por esa circunstancia, los defensores del orden, representados por los “estados democráticos” (unas comunidades políticas a las cuales el poder hegemónico les atribuye discrecionalmente el atributo de reunir las condiciones que tipifican los regímenes democráticos) se abrogan el “derecho de preferencia” (preención[1]) para atacar otro Estado que tenga la posibilidad futura de constituirse en una amenaza para el orden internacional. Desde luego, la aplicación de esta idea es totalmente contraria al derecho a la guerra reconocido por la Carta de la Organización de las Naciones Unidas.
La aplicación de esta concepción es una de las razones que han desatado el debate en Venezuela sobre el tema militar. En efecto, desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, en New York y Washington, nuestro país ha sido sistemáticamente sometido a un despliegue informativo por parte de los sectores internacionales y nacionales “democráticos”, mediante el cual se pretende presentar al Gobierno como protector de movimientos terroristas con campos de acción en el área andina, especial y particularmente en Colombia. Por supuesto, esta acción ha tenido respuesta del Poder Público. Y es, justamente la interacción entre los dos factores lo que ha configurado la polémica. Se discute sobre el derecho a la intervención directa de las grandes potencias, unilateralmente o asociadas en alianzas “ad hoc”, al margen de las instituciones de orden supranacionales, sobre países miembros de la comunidad internacional que a su juicio sean considerados en la categoría de “estados forajidos”, y el derecho, internacionalmente reconocido, de los estados soberanos de defenderse frente a amenazas o ataques externos, usando el poder y la estrategia que mejor se acomodase a la naturaleza de la agresión. En la realidad ésta discusión no se ha circunscrito al ámbito doméstico venezolano. No forma parte de un diálogo político destinado a resolver los problemas internos del país. Ella se ha materializado básicamente en los medios de comunicación nacionales e internacionales, en los foros supranacionales, particularmente en la OEA; en el marco de la diplomacia pública ejercida por los voceros oficiales de distintos gobiernos, en cumbres multilaterales y bilaterales; y en general, dentro de todos los ambientes donde sea posible la movilización integral de partidarios de ambas posiciones. Por ello, la cuestión no puede considerarse como parte de una negociación explícita en el marco de la política. Tiene que estimarse como un planteamiento dentro de una negociación tácita propia de la estrategia. No se intenta persuadir ni convencer, sino se busca imponer. Se podría afirmar que corresponde al inicio de una escalada, justamente dentro de esta nueva concepción de la guerra, en donde, por una parte se intenta colocar al Estado Venezolano como una comunidad política forajida; y, por la otra, se pretende mantener los rasgos y características que definen al Estado en el marco del derecho internacional público y de nuestra Constitución, que establece la vinculación entre los venezolanos y el territorio nacional en el contexto de la visión del “patriotismo republicano”.
El 11 de Septiembre de 2001 y su Efecto en el Orden Internacional.
Ese debate no está restringido al caso venezolano exclusivamente. Después de la invasión a Irak (2003), la polémica se globalizó planteándose en términos que contraponen la vigencia del derecho internacional público, y en particular, del derecho a la guerra, con la legitimidad de la acción unilateral dentro del ejercicio del “derecho de preferencia”. Con esos parámetros se desarrolla ahora la dinámica de la política internacional, dentro de la cual la oligarquía supranacional expresada en el “Grupo de los Siete (EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Japón y Canadá) más uno (Rusia)”, se fracturó. Una división que posiblemente ha obedecido a la amenaza de una pérdida de poder de gran parte de sus integrantes, ante la acumulación de medios en el Estado norteamericano. Una comunidad política tutoreada por los grandes actores transnacionales que dominan las economías intervinculadas. En la práctica, lo que está ocurriendo políticamente a escala mundial, es la implantación de un régimen imperial como “responsable” del mantenimiento del orden internacional. “Una estructura desterritorializada sin límites espaciales ni temporales, soporte de una red globalizada de instancias y actores productivos que impone un orden mundial, en el que se instalan y conviven todos los poderes y todas las relaciones de poder existentes en este momento histórico” (Negri, Antonio; Hardt, Michael, Empire, Boston, Harvard University Press, 2000). Un modelo de régimen político global cuya razón de ser depende de su capacidad para mantener la convivencia entre esas instancias y actores; en otras palabras, resolver o neutralizar los conflictos entre ellos. La tesis central de esta hipótesis, es que el orden social en todos sus niveles es el resultado “natural” de la dinámica del mercado donde el Estado y la política, con sus planteamientos ideológicos, son formas de dominación de los pueblos.
Esta tesis, en lo estrictamente militar, sostiene un punto de vista en el cual la acción bélica es básicamente realizada entre un antagonista, con medios y organización convencionales, ante otro, con instrumentos y estructuras irregulares. Y, en todo caso, cuando se trata de neutralizar “estados forajidos”, confrontar un actor militar con ingenios bélicos avanzados, frente a otro con armas y equipos clásicos. En resumen, esto corresponde al histórico concepto de la guerra asimétrica, una noción ya utilizada incluso en la era prehistórica, en la cual se emplean a nivel táctico cualquier tipo de instrumento disponible dentro de diversas concepciones de empleo. Esto, trasladado al ámbito de la estrategia, confronta una praxis sustentada en la concentración de poder, que supone una aproximación en líneas convergentes, con otra, apoyada en la dispersión del poder en líneas divergentes. La primera, pretende forzar al adversario a agruparse, para combatir el poder acumulado en posesión de puntos críticos en donde estaría en posición de ventaja, mientras la segunda intenta obligar al antagonista a dividir sus fuerzas, para abatirlas por partes en los puntos y momentos en los cuales obtenga un poder relativo de combate favorable. Más aún, en la contemporaneidad esta última formulación estratégica sustrae la acción militar de la dimensión espacio, para colocarla primordialmente en la dimensión tiempo (la guerra prolongada). La maniobra se hace en el tiempo y no en el espacio.
La Dialéctica actual Venezolana.
En la polémica desatada, al colocarla en el terreno concreto de la realidad venezolana, lo que se está discutiendo es, si se acepta la tesis del Imperio o se formula nuestra propia hipótesis sobre la base de la vigencia de la noción del Estado soberano. Por lo tanto, lo que está en discusión en el campo de lo militar, es si el aparato de defensa de la nación venezolana, forma parte de la “máquina de guerra” del estado universal, tal como lo hizo hasta el presente en el marco del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca” (TIAR) o, si nuestra estructura militar estaría orientada hacia la defensa del Estado y sus atributos en el contexto del derecho internacional hasta ahora vigente. La posición constitucional y legítima se inclina por la segunda opción, advirtiéndose, que la primera no responde a ningún contrato social ni a ningún tratado internacional. Es una manifestación de hecho y no de derecho, por lo que carece de un fondo ético. La aceptación de esta opción por el Gobierno y la mayoría de los venezolanos que lo han elegido, hace imperativa la formulación y ejecución de una política de defensa cuyos parámetros los establecen los criterios que definen lo que hemos llamado guerra asimétrica. Un tipo de acción bélica dentro de la cual nuestro pueblo tiene una extensa y exitosa tradición histórica, aparte de las condiciones favorables que nos ofrece nuestra geografía.
Para concluir, en este debate se está resolviendo el desequilibrio histórico-social generado por la absorción de recursos por parte de una minoría que concentra el poder en perjuicio de la estabilidad del sociosistema y del sistema ecológico. Un desbalance que genera perturbaciones tensivas recurrentes que ponen bajo riesgo la persistencia de la vida en el planeta. En verdad, la acumulación de poder creciente, derivada del dominio del conocimiento, ha puesto en las manos de quienes lo controlan medios de destrucción que amenazan esta forma particular de energía que llamamos vida. No porque el planteamiento de esta nueva teoría bélica este dirigido a colocar la guerra entre la oligarquía internacional y el proletariado globalizado, en los términos asimétricos en los cuales se ha ubicado, se está desestimando la posibilidad de una confrontación entre los poderes dominantes hoy divididos. Ciertamente, paralela a este enfrentamiento que refleja el conflicto centro-periferia (Norte –Sur) a escala mundial, se está desarrollando una nueva guerra fría, con su correspondiente carrera armamentista, especialmente en el terreno nuclear entre los viejos socios del “Grupo de los Siete más Uno” a los cuales hay que agregarle los potenciales “miembros de este club” China e India. Hay en el ambiente internacional, como expresión de la crisis histórica, un clima de violencia generalizada que sólo el retorno a la racionalidad del humanismo puede detener.


[1] “Preferencia adquisitiva. Derecho de preención: Preferencia concedida para adquirir o secuestrar la materia prima de usos varios, mediante el pago de una equitativa indemnización, tanto en uno u otro caso, a favor del beligerante que intercepta buques neutrales que comercian con el enemigo, dentro de los términos de la definición dada por el Instituto de Derecho Internacional en la reunión de Venecia de 1897” (Cabanellas de Torres, G. Diccionario Militar, aeronáutico, naval y terrestre, Buenos Aires. Bibliográfica OMEBA, 1962). Esta concepción ha sido extendida para señalar la preferencia adquisitiva de objetivos estratégicos en territorios de Estados considerados “forajidos”.
CAPITULO III
CAPITULO III
LA METAESTRATEGIA VENEZOLANA
PARTE 1
EL EJÉRCITO LIBERTADOR
La Paz y la Cohesión de las Formaciones Sociales.
El fin del anterior capítulo, nos colocó la situación internacional como un mundo “hobbesiano” donde “el hombre es lobo del hombre”. Un cuadro donde el destino de la humanidad pareciese estar colocado en el dilema de aceptar un “leviatán” -un dios mortal que ofrezca una seguridad relativa que protege a los pueblos y las personas contra la anarquía- o aceptar el suicidio colectivo que nos impone la política del Imperio. Empero se trata de un falso dilema. Ni siquiera una proporción importante de quienes favorecen la idea conservadora del “Estado Autoritario Universal”, acompañan la actitud belicista de quién en este momento tiene el poder de decisión. Por ello, se puede construir un continuo que tiene en sus extremos la anarquía por una parte y en la otra el absolutismo, representado por un pensamiento y una cultura única. En ese orden de ideas, la posición venezolana está más cerca de la anarquía que del fundamentalismo de quienes sostienen la primacía del mercado, garantizada por la fuerza de un hegemón. La noción de democracia participativa, que no solamente está como un proyecto en el contrato social sino que es impulsada, en la práctica por el actual Gobierno, tiende más a una distribución amplia del poder que a su concentración. La propia realidad, que incluye las fuerzas que lo apoyan, muestra la tendencia dominante hacia el fraccionamiento de las concentraciones de poder tradicionales, con signos anárquicos, sin que se haya roto la unidad del conjunto. Y el valor sustantivo que ha hecho posible en gran medida ésta realidad, ha sido la idea de la paz. Para unos un valor moral, para otros una condición objetiva sin la cual no es posible el ascenso humano. Esa inclinación pacifista no solamente es sentida por los venezolanos, un hecho reforzado recientemente con los resultados de las encuestas realizadas el año 2004, cuando ante la posibilidad clara de una guerra civil, la población escogió en más de un 90% la opción de paz. También ella configuró una tradición constitucional. Al menos en el Siglo XX, todas nuestras previsiones fundacionales han contenido un repudio a la guerra como instrumento de la política internacional. Una declaración, que a diferencia de las oportunidades anteriores cuando ella formaba parte de los preámbulos, ahora, en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, se materializa en su parte dispositiva cuando declara el territorio nacional como una “zona de paz”.
La Zona de Paz y el Orden Mundial y Regional.
La noción de zona de paz es una idea reciente, de la década de los 60 del siglo pasado, que responde a una iniciativa del Movimiento de los No Alineados asumida con la finalidad concreta de declarar el Océano Índico con tal calificación. Esto ocurría mientras el Dr. Arvid Pardo, Embajador de Malta ante la ONU., urgía a la comunidad internacional a considerar los mares abiertos como patrimonio común de la humanidad. Se obtuvo con estas acciones el acceso de esta noción al debate político internacional en el marco de la Conferencia del Mar. En la tercera de las reuniones de esta conferencia, los No Alineados promovieron el concepto de “mare clausum” (mar cerrado) en contra de los conceptos de “mare liberum” (mar abierto) y “mare nostrum” (mar nuestro) a fin de restringir el uso de los océanos con propósitos ligados a la guerra naval. Las raíces contemporáneas del concepto de “zona de paz”, se encuentran en la idea de Nehru (Primer Ministro de la India entre 1947 - 1964) sobre “área de paz”. Conceptualmente, semejante idea liberaría a los estados nacientes -recuérdese que India obtuvo su independencia del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte en 1948- de los conflictos entre las grandes potencias. Es un concepto vinculado con el desarme, pero un desarme dirigido a las superpotencias y no al estado y estados que conforman la región. Se trata en realidad de un avance de la tradicional noción de neutralidad que aislaba a quienes la asumían de las guerras entre las grandes potencias en su búsqueda del dominio del planeta. Esa era una idea pasiva-aislacionista, que no cambiaba la realidad internacional en la cual el poder era el instrumento fundamental de acción. El concepto de “zona de paz” coloca a quien lo aplica en una actitud activo-intervencionista, pues impulsa la eliminación del uso de la fuerza en el marco de las relaciones internacionales. De allí que su implementación tiende a forzar el desarme de las potencias mundiales, no sólo negándole el espacio para la instalación y operación de sus sistemas de armas, sino asumiendo una conducta activa en los foros políticos internacionales a favor del desarme generalizado. Lógicamente sería idealista desarmarse unilateralmente sin que aquellos que usan la guerra para sus fines políticos lo hagan. Por ello, tal acción no implica el desarme de quien o quienes declaran un espacio como “zona de paz”, ni una renuncia a su voluntad de defenderlo. La noción se adoptó finalmente como una forma de acción con validez internacional en el “Informe Final de la Primera Reunión Especial sobre Desarme” de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas del año 1978.
El Talante Defensivo del Estado Venezolano.
Sería presuntuoso colocar a los venezolanos que formularon el primer pensamiento militar para la defensa de la República, como antecesores de estas concepciones contemporáneas, ligadas a la búsqueda de la paz en el ámbito internacional y, por consiguiente, en el ambiente interno. Sin embargo, la lectura del documento transcrito en el Capítulo I, nos presenta obviamente que el estado considerado como normal por aquellos pensadores, tanto para Venezuela como para el sistema internacional, es el de la paz, y que las ventajas geopolíticas que ofrece el país deben usarse como medios para lograr “su prosperidad”, colocando la guerra como una contingencia que depende más de la actitud “de los países y colonias inmediatas”. En otras palabras, asumen un talante defensivo desde la perspectiva estratégica. Y esa es una posición que se ha mantenido históricamente, aunque se pudiese sostener que nuestra guerra de independencia fue más allá del espacio ocupado por la naciente nación venezolana. No obstante, la ampliación de la guerra en aquella oportunidad no tuvo una intención de dominación de aquellos espacios extraterritoriales donde actuó el Ejército Libertador. Por el contrario, incluso al momento de buscar un reordenamiento de la geografía andina, –escenario de nuestra guerra de independencia-, inicialmente los venezolanos cedieron a Bogotá el privilegio de ser foco del poder de la naciente estructura independiente. Más aun, en una tentativa de integrar los pueblos que tenían un origen y una cultura común, asumieron la noción de anfictionía para unificarlos políticamente en un conjunto ordenado en donde el derecho y no la fuerza fuese el instrumento organizador. Esa liga de naciones propuesta, modernamente expresada en la noción de Confederación, supone la igualdad y autonomía entre los pueblos que se integran. Es una idea que va más allá de la de federación, pues la acción combinada es producto del sentimiento de solidaridad y no del mandato de un poder rector. De allí que se haya formado, especialmente en el Siglo XX, el axioma que señala que: la Fuerza Armada venezolana nunca ha salido del país a otra cosa que no sea para libertar pueblos. Este es un principio ético que no solamente está internalizado en la conciencia de los ciudadanos, sino en la de sus propios soldados.
Pero la idea no quedó anquilosada en el tiempo. Particularmente en la segunda mitad del Siglo XX la Fuerza Armada venezolana tuvo un papel activo–intervencionista en la formulación de la política internacional. Especialmente desde la década del 60, cuando envío un contingente de observadores militares para participar en la solución de la guerra entre India y Pakistán, el Estado Venezolano ha mantenido presencia de fuerzas de paz o de observadores internacionales en gran cantidad de conflictos que han amenazado la paz mundial. De especial importancia fue nuestra participación en el conflicto centroamericano, en el cual siguiendo la política del llamado “Grupo Contadora”, nuestra Fuerza Armada jugó un papel valioso en la pacificación de la región y en la neutralización de la injerencia de las grandes potencias en esa contienda que amenazaba la paz regional. Tales misiones de paz, que constituyen mecanismos de mediación activa, fueron en su momento histórico contribuciones significativas para mantener la tradición pacifista de los venezolanos y de su Fuerza Armada. Adicionalmente, estas acciones dieron bases para acciones políticas y económicas posteriores como la constitución del Grupo de Río y del Pacto de San José, que abonan la idea de la anfictionía de carácter liberador para los pueblos que tenemos una herencia cultural común. Mediante este último se logró una acción positiva en el marco de la cooperación Sur-Sur que hoy forma parte del esquema estratégico actual, al beneficiar a los países de la subregión en materia energética. Una iniciativa que se está extendiendo a todo el ámbito latinoamericano y caribeño con la implantación de la idea de Petroamérica. El Grupo de Río se ha transformado en el foro fundamental dentro del cual ha germinado la idea de la Comunidad de Naciones Suramericanas. Todo esto sin olvidar otras misiones realizadas por nuestros componentes militares en situaciones de catástrofes naturales, donde nuestros soldados con orgullo, han mostrado su voluntad de cooperación a escala internacional. Es decir, la Fuerza Armada actual sigue siendo el Ejército Libertador del pasado.
La Defensiva como Postura Estratégica Nacional.
Desde la óptica exclusivamente estratégica, tal vez pudiese ser criticable la adopción de la defensa como línea de acción que orientaría la praxis militar venezolana. Desde antaño se considera la ofensiva como la conducta más eficaz para obtener resultados militares y por lo tanto políticos. Empero, la historia reciente muestra lo contrario. No fue una actitud ofensiva la que utilizó el pueblo hindú para obtener su independencia, ni ha sido ese camino el que le ha proporcionado a Suiza la autonomía, prestigio y bienestar que la ha caracterizado en el sistema internacional. Ha sido su acción pacífica, asociada con una voluntad de defensa, la que le ha permitido su éxito político. Desde luego, en el marco de una estrategia defensiva no está excluida la acción ofensiva, tanto de carácter preventivo -anticipándose a una acción real de un enemigo declarado- como respuesta final a una agresión en el contexto de la noción de contraofensiva. La idea de la defensiva “per se”, es estática, y tiende a mantener el “status quo” lo que es contrario a la dinámica que está implícita en la noción del ascenso humano. La Fuerza Armada venezolana, que así como en el pasado fue factor importante para impulsar la modernidad en un país y una sociedad agrícola, hoy es un actor que lucha para motivar el advenimiento de la posmodernidad. Una época donde la ciencia y la tecnología contribuyan a la liberación del hombre y no a la profundización de la asimetría que colocan la mayor parte de la geografía del planeta y de su población en posiciones de minusvalía. Con ello sigue siendo una Fuerza liberadora.
PARTE 2
“VUELVAN CARAJO”
La Ofensiva en el Ámbito Operacional Venezolano.
Si la defensiva ha sido la línea estratégica militar, que ha asumido la República de Venezuela, no ha sido ella la que le ha proporcionado las victorias que han jalonado el uso de la fuerza a lo largo de nuestra historia. Evidentemente, han sido acciones ofensivas en el terreno operacional las responsables de estos triunfos. Tal vez, lo ocurrido en el campo estrictamente táctico –el uso de los medios en los encuentros- en la batalla de Las Queseras del Medio, ilustre de manera fehaciente el empleo del ataque dentro de una concepción defensiva en la cual, se cambia espacio por tiempo. En esta oportunidad, la acción de las fuerzas patriotas combinó la defensa con un acto de repliegue, cediéndole el espacio a cambio de la posibilidad de una sorpresa ofensiva que dislocara la estructura de combate del adversario. El “Vuelvan Carajo” del General José Antonio Páez, y el acatamiento de sus soldados al mensaje del conductor, revelaba la existencia de una coordinación tácita entre éste y sus hombres. Una compenetración que indica la coincidencia en los fines del todo entre el conjunto de participantes. Pero esta acción táctica no era un acto aislado. Ella seguía una estrategia que tenía el mismo contenido. Una praxis diseñada para enfrentar un enemigo con medios evidentemente superiores. Se trataba de un adversario con amplia experiencia en la guerra convencional, equipado con ingenios bélicos de la más avanzada tecnología de la época. La estrategia general fue salvar los reducidos medios del Ejército Libertador, moviéndolos al sur del Orinoco donde éste importante curso de agua les servía de protección. Era salvar el capital fijo, casi irrecuperable si se perdía, aún a costa de gastar el capital humano de alguna manera reemplazable. La idea era alargar la línea de comunicaciones del enemigo para hacerlo vulnerable. Y el ataque se realizó sobre el centro de gravedad de los realistas constituido por su fuerza de caballería. El componente que le proporcionaba la velocidad y la acción de choque necesaria para mantener la ofensiva. Un hecho similar ocurriría posteriormente en la batalla de Santa Inés cuando la estrategia operacional siguió los mismos lineamientos generales. En ambos casos se estaba frente a situaciones de guerra asimétrica, que es justamente la situación en la cual se encuentra el Estado Venezolano en la actualidad.
El Papel de la Coordinación Tácita en la Guerra.
La coordinación tácita arriba mencionada es una posibilidad sólo materializable cuando las partes entre las cuales se realiza comparten una lógica producto de una relación horizontal. No es posible tal fenómeno dentro de estructuras donde privan las vinculaciones verticales. En esos casos, la coordinación debe ser explícita. Tales relaciones horizontales fueron el resultado de la experiencia desastrosa alcanzada en las primeras etapas de la guerra, cuando la organización militar, tal como lo señala el documento contenido en el Capítulo I, tendió a reproducir las estructuras utilizadas por los centros de poder europeos que eran realmente nuestros antagonistas, dada su intención de establecer un orden neocolonial en el sistema internacional. Se internalizó la idea de la interacción del soldado-ciudadano con la del ciudadano-soldado que podrían compartir ambos el sentimiento común del patriotismo republicano. Una emoción que nacía de la existencia de una constitución que relacionaba al individuo con el espacio que garantiza su independencia, su libertad, su soberanía, su inmunidad y su capacidad para determinar el gobierno que mejor permitiría el logro de sus metas. En el discurso de Angostura (1819), pronunciado por el Padre de la Patria, se delineaba la política para la cual se utilizaría la fuerza militar como instrumento de acción. La materialización de esa coordinación tácita que gestó el poder duro de la República, produjo sus cuadros de mando que salieron de soldados profesionales, formados en la Academia Militar de Matemáticas y en las milicias de blancos, convertidos en ciudadanos y por los ciudadanos que se incorporaron a las filas demostrando habilidades excepcionales para el combate. De los primeros, salieron conductores como el propio Libertador Simón Bolívar, el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, el General Rafael Urdaneta, el General Santiago Mariño y muchos más. De los segundos, surgieron comandantes como el General José Antonio Páez, el Coronel Leonardo Infante, el Coronel Francisco Farfán, el Coronel Cornelio Muñoz, el Teniente Pedro Camejo Negro Primero entre otros, quienes escribieron todos en conjunto, páginas gloriosas de nuestra historia militar. Se podría decir que nuestra gesta independentista fue la concreción de lo que hoy llamaríamos unidad cívico-militar. Lo que actualmente permite el desarrollo del concepto de defensa integral, que constitucionalmente define la dinámica de la función de seguridad estratégica del Estado.
El Campo de Batalla Descentralizado.
No es exagerado afirmar que en el marco de esta política y en el contexto de aquella estrategia, en nuestro país, con casi un siglo de adelanto, se aplicara la idea del campo de batalla descentralizado. Una concepción totalmente innovadora en la cual los comandantes de fuerzas en un amplio teatro de operaciones adquieren autonomía en sus decisiones tácticas, las cuales condicionan al ambiente operacional definido por las condiciones del terreno, el clima y el enemigo, conociendo el propósito general que orienta la campaña. Es un teatro de operaciones en el cual las relaciones son horizontales con poco ejercicio del mando por parte del que tiene la dirección político-estratégica. La Campaña de Carabobo fue tal vez la aplicación magistral de ese concepto en la realidad militar venezolana. El teatro de operaciones, fue dividido en tres frentes de combate, cada uno dotado de una fuerza de acción, con gran libertad de maniobra. Estas fuerzas, a sabiendas que el punto de concurrencia era el Abra de Carabobo (centro de gravedad geoestratégico del país), con su acción lograron el desarrollo de una estrategia convergente. Una forma de acción mediante la cual se logró un poder relativo de combate favorable en el campo de batalla final, que permitió la dislocación definitiva de la fuerza expedicionaria española, concretando de esa manera, el fin político de la guerra: el establecimiento de la República.
La Defensa Ante el Imperialismo.
Toda esta metaestratégia, destinada a la paz y, por consiguiente a la conservación de la vida, que es consustancial con el espíritu del pueblo venezolano, alimenta actualmente su acción en lo que respecta a la creación de un nuevo estado que reestablezca el equilibrio perdido por la concentración geográfica y sociopolítica del poder en el país. Un hecho que inevitablemente es contrario a las fuerzas transnacionalizadas, que articuladas en las llamadas economías intervinculadas, controlan en la coyuntura presente el sistema internacional. Por lo tanto, el conflicto abierto que se mantiene entre el Gobierno de los EE.UU. tutoreado por tales fuerzas transnacionales, y el Estado Venezolano, es el resultado de lo que se considera como un desafío al orden imperial que se intenta establecer a escala mundial. La República enfrenta en estas circunstancias, un adversario en las mismas condiciones con las cuales combatió la reacción del Imperio Español en nuestra gesta de independencia, con dos diferencias fundamentales: una variación sustantiva del contexto político y un cambio impresionante en el campo tecnológico. Ya no se trata de combatir un centro de poder como el que estaba focalizado en Madrid ni a unas tropas donde las diferencias tecnológicas eran apenas perceptibles. Radicaba más esta diferencia en los instrumentos conceptuales que en la naturaleza de los medios materiales. El adversario que hoy tenemos que combatir, no está ubicado geográficamente. Domina el espacio virtual que ofrece el campo de la información y la comunicación, y por consiguiente, el teatro de guerra no tiene ni límites espaciales ni temporales, como no los tiene el imperio que se pretende establecer. De modo que, nuestra política y estrategia general fundamentada en nuestra tradición histórica ya mencionada, tiene que obligar al adversario, poseedor de una tecnología de avanzada, a concentrar sus fuerzas, -ya dispersas en otros escenarios geográficos del planeta- en el país para buscar desarticularlas a través de la aplicación de la estrategia de conservación de capital fijo por medio de un repliegue a espacio seguro de nuestras fuerzas militares activas y una contraofensiva en el momento y lugar oportuno. Todo ello en una maniobra diseñada fundamentalmente en la dimensión tiempo. No obstante, el adversario tiene otras líneas de acción distintas a la estrategia directa. La praxis indirecta mediante su conocida línea del “balance de ultramar” en la cual utiliza las rivalidades entre las potencias vecinas para neutralizarlas, o la nueva estrategia de “operaciones decisivas rápidas” que incluye el uso de fuerzas especiales, empleando como puntos de palancas entidades con influencia política en el país (sectores militares, opinión pública, grupos e instituciones económicas y religiones), convertidas en “quinta columna”. En estos casos, la estrategia a aplicarse tiene más rasgos que la identifican con la guerra convencional que con aquellos que tipifican el nuevo planteamiento postmoderno. Empero, hay que prepararse para la peor de las hipótesis: La acción directa del Imperio, donde los conceptos de protección o negación de los puntos críticos; la defensa de nuestras puertas étnicas y marítimas; y, la resistencia al invasor, constituyen las acciones que identificarán nuestra voluntad de lucha. Ellas serían preparatorias para la contraofensiva final que definirá la supervivencia del Estado Venezolano.
CAPITULO IV
CAPÍTULO IV
LA REVOLUCIÓN VENEZOLANA
PARTE 1
EL MUNDO DE LA BIPOLARIDAD
Los Cambios de Estado y las Modificaciones en el Sistema
La metaestratégia propuesta en el capítulo previo no tiene sentido sin entender el estado (como condición física) que se abandona y vincularlo con el futuro probable hacia donde se mueve la nación venezolana. Tal cual como aparece la guerra, ese acto humano que los animales no realizan y por lo tanto, es metafísico, esa proposición podría causar la impresión de que ella es una regresión al pasado y no un paso hacia el futuro. Efectivamente, se está ofreciendo como solución práctica al problema del conflicto actual venezolano, ideas que fueron aplicadas en las confrontaciones que jalonaron las etapas iniciales en las cuales se integró el país y se cohesionó la sociedad para permitir la formación del Estado. Una institución jurídico-política que hoy es un actor de cierta significación en la estructura del sistema internacional. Pero en la realidad, tal metaestrategia está más vinculada con el futuro que con el presente y el pasado de la vida de la nación. Positivamente, los cambios de estado que se producen en las distintas formas materiales a los diferentes niveles, no modifican la forma que identifica a los variados sistemas presentes en el universo físico. Lo que cambia, es la naturaleza de las relaciones entre sus componentes internos para adecuar el conjunto a las transformaciones que se presentan en su entorno (propiedad homeostática de los sistemas). Pero se mantienen ciertas continuidades, que son las que identifican el conjunto, las cuales responden a un código organizativo, que en el caso de los sistemas sociales está materializado en la cultura de cada formación social histórica. En ese sentido, la función manifiesta de la defensa, obedece a los patrones de comportamiento que ha impuesto el desarrollo de la cultura dominante en Venezuela. De allí que sea observable cómo las sociedades han repetido sus formas de conducta militar solamente cambiándolas por la introducción de nuevos conocimientos y tecnologías. Estos son, realmente, los factores que condicionan cada generación de actos bélicos.
Las Armas de Destrucción Masiva y el Orden Bipolar.
El estado del mundo que estamos dejando en materia política y, por consiguiente militar, es el mundo de la bipolaridad dominado por la preeminencia de las armas de destrucción masiva (ADM), con especial consideración de aquellas que utilizaban el manejo de la tecnología nuclear, como técnica de punta en la estrategia de los beligerantes. Se trató de un escenario donde las capacidades de producción de tales ingenios de guerra y el desarrollo de vectores para colocarlos en los blancos estratégicos del adversario, se concentraron en dos centros de poder: los EE.UU. y la U.R.S.S. Ello de hecho significó, una satelización del resto de los centros de poder, a estas dos potencias, las cuales fueron calificadas como superpotencias, que estabilizaron el sistema internacional mediante el “equilibrio del terror”. Fue una situación que en la práctica tendía a un estancamiento en el movimiento ascendente de la humanidad. Sin embargo, mientras los dos competidores se desgastaban mutuamente en una carrera armamentista en la cual inútilmente trataban de obtener ventajas, el resto de los actores internacionales, sacándole provecho a esta conflictividad, fortalecían sus propias realidades por la vía del incremento de sus capacidades productivas. Es así, como se pudo observar el proceso de integración económica de Europa para optimizar su eficiencia y el desarrollo de un centro de poder económico en Asia, focalizado en Japón (el “Área del Yen”). Nuevas potencias con influencia en la política internacional, cuyo desarrollo se debió, entre otras cosas, al bajo gasto militar, dado que su seguridad fue lograda colocándose bajo el paraguas nuclear de los EE.UU.
Se desarrollaron en estos nuevos centros dos grandes potencias con capacidad de acción en el ámbito internacional, en el campo económico, introduciendo un tercero en el juego político mundial. Se flexibilizó de esta manera, el régimen bipolar. Una nueva situación que obligaba a la regulación del sistema internacional en su conjunto, pues la competencia se ubicó fundamentalmente en el terreno comercial en el cual, las superpotencias resultarían perdedoras si continuaban su desgaste en la mutua carrera armamentista. Es así como se pudo constatar un aumento en la influencia de la ONU en la formación de la política internacional. Esta organización supranacional auspició, actuando como mediadora, la negociación explícita entre las superpotencias para lograr acuerdos a fin de detener las mutuas carreras armamentistas y buscar mecanismos para el desarme integral; el desarrollo de la cooperación económica y social hacia los países periféricos empobrecidos; el mejoramiento de las condiciones de salud a escala planetaria; y, el intento para universalizar la ciencia y la cultura de modo de disminuir las brechas profundas que separaban el mundo desarrollado del eufemísticamente llamado en vía de desarrollo.
La Bipolaridad y los Países Periféricos.
En el ámbito de los que se podían considerar como países periféricos a este amplio conjunto de países industrializados, el aprovechamiento de esta circunstancia fue desigual. Mientras pueblos de Asia, particularmente el chino y el hindú, se beneficiaban de las políticas de la ONU., y en particular, de la que se identificó como “la revolución verde” y las revoluciones educativas, los pueblos de América Latina y el Caribe obtuvieron resultados muy modestos y los africanos, prácticamente desperdiciaron esta oportunidad. No se puede hablar en esta materia, como falta de voluntad de esas sociedades para incorporarse al movimiento ascendente de la humanidad. Las condiciones geopolíticas impuestas por el orden mundial imperante restringían sus posibilidades, para incorporarse plenamente al progreso auspiciado por la organización mundial. No obstante, en ese mundo bautizado como “tercer mundo”, surgió un liderazgo objetivizado en Egipto, con Gamal Abdel Nasser; India con el ya mencionado Sri Pandit Jawaharlal Nehru; y, Yugoslavia con el Mariscal Josip Broz Tito. De su orientación, surgió un movimiento originalmente conocido como el Grupo de los Setenta y Siete y, más tarde, la Organización de los Países No Alineados, que introdujo una cuarta tendencia en la política mundial, flexibilizando aún más el esquema bipolar presente en la estructura internacional. Más aún, éste movimiento no entraría a la política internacional con el ánimo inclinado hacia la cooperación como él que caracterizaba a Europa y a Japón. Lo haría con un espíritu de confrontación que plantearía a partir de la década de los setenta del siglo pasado, un nuevo esquema de enfrentamiento conocido como el “conflicto Norte-Sur”. Antecesor directo del actual “conflicto de civilizaciones” que subyace en la llamada “guerra de cuarta generación”.
“El Destino Manifiesto” Estadounidense.
Ya para ese momento, eran manifiestas las intenciones estadounidenses de alcanzar la hegemonía mundial. Unas aspiraciones, que respondían a su propia realidad que se concretaba en su código geopolítico expresado con la idea del “destino manifiesto”. Noción derivada del pensamiento puritano protestante que consideró el espacio continental del norte de América como la “tierra prometida”. Ella, con un sentido casi bíblico; el enorme empuje hacia el trabajo y el desarrollo de la ciencia y la tecnología; y, la considerable acumulación de capital y de excedentes de producción fueron factores que han definido la conducta externa de esta potencia. Todos ellos crearon una necesidad de expansión. Un hecho que modificó radicalmente la concepción de la seguridad estratégica. No se referiría ésta, a partir de ese momento, al mantenimiento del dominio territorial por una comunidad política, mediante el logro de unas fronteras seguras. La idea prevalente mundialmente y, en los EE.UU., mediante la llamada Doctrina Monroe (1823) que había orientado la política exterior aislacionista de esa potencia. Ahora el problema de la seguridad estratégica se vinculaba al logro de sus intereses en la escena internacional. Ésta fue la primera alteración de la mencionada doctrina, conocida como “el Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe (1900)”. Un postulado político que, dentro del pensamiento geopolítico del Almirante Alfred Mahan, significaba dos cosas: la búsqueda del dominio del mar a través del desarrollo del poder naval (una estructura configurada con un componente naval militar y sus bases de apoyo globalmente establecidas; una marina mercante; una industria naval y en la base la enorme capacidad productiva de ese Estado); y la negación del resto del espacio hemisférico a potencias competidoras, abrogándose el derecho de policía sobre los pueblos y los estados que estos habían conformado en el Caribe, Centro América y Sur América. Lo que le proporcionó el derecho “de injerencia” sobre los asuntos internos de estos pueblos. La historia trágica del primer cuarto del siglo XX, nos muestra cómo la aplicación de esta doctrina se tradujo en sangrientas intervenciones militares sobre todo en los países de América Central y del Caribe que perturbaron los procesos evolutivos naturales de las sociedades en ellos asentadas.
Ese planteamiento se formuló dentro de un pensamiento geopolítico adicional al de Mahan que se desarrollaría teóricamente con algunos años de diferencia en la Escuela Geopolítica Alemana: la idea de la “Panregión”. Una noción que supone la integración, básicamente económica, de un espacio geográfico contínuo, de rasgos comunes, realizada entre pueblos excedentarios en materias primas (minerales o agrícolas) y pueblos excedentarios en bienes industriales y capital financiero. Un planteamiento teórico que en la práctica se traducía en el dominio de los últimos, sobre todo el espacio integrado. Así surgió la idea del “Panamericanismo”. No obstante, vale la pena mencionar que la ampliación del mercado estadounidense en ese momento no se dirigía hacia el sur de América, sino por el contrario se orientaba hacia el Asia, y específicamente hacia el dominio de la Manchuria donde existía una amplia acumulación de recursos básicos y una importante masa poblacional apta para el trabajo. Allí empezó su rivalidad con Rusia, que se tradujo en el conflicto Ruso-Japonés (1906). Una justa que sólo concluiría con el derrumbe de la U.R.S.S. Japón, para aquel momento colocado bajo la sombrilla protectora de la armada norteamericana, estaba sometido a riesgos por la acción neocolonial de las potencias europeas. En el hemisferio occidental no se planteó ningún conflicto de esta naturaleza, salvo la guerra hispano-norteamericana, en donde esta última parte buscó fundamentalmente el dominio de Filipinas como base para su política expansiva en la Cuenca del Pacífico. La acción en el hemisferio, era un problema esencial de seguridad estratégica limitado a impedir la presencia militar de sus potencias rivales en la región y restringir el desarrollo de poder alguno significativo especialmente, en el área suramericana. Esta escogencia de la política norteamericana de expansión hacia el este no fue azarosa. Hacia Latinoamérica y el Caribe, y en general hacia el oeste, cualquier esfuerzo de crecimiento hubiese estado obstaculizado por la presencia directa de los poderes europeos en el Caribe, Centro América y norte de Sur América, y la indirecta en el resto de los países del subcontinente. Una circunstancia que forzaba el movimiento hacia oriente donde no hubiesen encontrado semejante resistencia. Por supuesto, esto sin contar con las dimensiones del mercado asiático y las vulnerabilidades de sus competidores, cuyas largas líneas de comunicación significaban una debilidad.
La Doctrina Monroe tuvo un segundo corolario: el identificado como Cabot-Lodge (1912). Se trató de un agregado totalmente vinculado al expansionismo estadounidense en la Cuenca del Pacífico. Ésta orientación política, estuvo destinada a contener un esfuerzo de expansión japonés orientado hacia el espacio iberoamericano. Ciertamente, Japón bajo la sombrilla norteamericana, había realizado un avance económico y militar que lo colocaba como una potencia regional en el Asia. Pero por la acción de las grandes potencias europeas y Rusia tenía limitada su abertura hacia su zona natural de crecimiento. Por ello buscó su desahogo hacia el espacio latinoamericano, al cual percibía como un vacío demográfico y económico. Un hecho que demostraba el poco interés estadounidense en esta materia en toda la geografía del hemisferio. La acción nipona se orientó a una negociación con México para la adquisición de un territorio en la Baja California, con el fin de establecer actividades industriales y comerciales en la zona. Hecho que significaba la instalación de un enclave japonés casi en la frontera estadounidense y un obstáculo para el dominio del mar y con ello del comercio con los pueblos del Pacífico. Tal Corolario, por lo tanto, señalaba la voluntad norteamericana de no permitir que intereses nacionales foráneos tengan poder práctico de control sobre ningún otro territorio en el hemisferio. Debe destacarse, que aquí se diferenciaba la posibilidad de adquirir espacios en esta parte del planeta por parte de centros de poder, de la factibilidad de lograrlos por actores privados. Se empezaba claramente, a privilegiar la globalización del mercado, como base para la organización mundial, sobre la negociación política que hasta ese momento había definido la estructura internacional.
Pero la propia dinámica de la política internacional le impuso nuevas necesidades de definición política al Estado anglosajón norteamericano. La Segunda Guerra Mundial, con su consecuencia inmediata del derrumbe del orden multipolar existente, dejó como único competidor al “destino manifiesto” de los EE.UU. a la U.R.S.S. Allí nació el novel orden bipolar, con un nuevo problema de seguridad estratégica para esa potencia mundial. Ya los riesgos militares no podrían provenir únicamente de sus fronteras hemisféricas. La ciencia y la tecnología, especialmente con los desarrollos de ingenios de guerra aéreos y navales, permitían el ataque directo sobre el territorio norteamericano desde bases extracontinentales. De modo que, el problema era reducir esa posibilidad, para lo cual usó dos estrategias: una de “contención”, destinada a frenar el crecimiento del área de influencia de Moscú; y otra, conocida como del “balance de ultramar” a través del impulso de una potencia que rivalizara regionalmente con la U.R.S.S. En el contexto de la primera estrategia surgió la tercera enmienda a la Doctrina Monroe –el llamado “Corolario Kennan” (1950)- en el cual se estableció que el comunismo no era un proyecto político para el debate democrático, era una herramienta para las ambiciones imperiales de Moscú y por lo tanto, debía ser combatido militarmente. Con este agregado, la política exterior norteamericana, en lo referente a su seguridad estratégica, no se confinaba al hemisferio occidental sino que, las fronteras seguras para este Estado empezaban desde el sitio hasta donde llegaban sus intereses económicos. Una práctica que se materializó con una serie de alianzas militares (OTAN, CENTO, SEATO, ANLUZ), con sus socios comerciales, las cuales cercaban efectivamente el área de influencia soviética, frente a lo cual se conformó el Pacto de Varsovia que articulaba militarmente a los satélites de la U.R.S.S. Por otra parte, estimularon las diferencias chino-soviéticas para balancear el poder de Moscú en Asia. Una acción que fue contrarrestada por esta capital con una alianza militar con India. De esa manera, se debilitó la acción soviética en su competencia con los EE.UU. a escala global.
El Tratado interamericano de Asistencia Recíproca y el Desarrollo Militar Latinoamericano.
Pero esta desviación de su política de seguridad hacia el espacio euroasiático, no significó un desdén a sus fronteras continentales. Si bien es cierto, que la principal amenaza a su seguridad estratégica estaba localizada en la U.R.S.S., no se podían descartar las posibilidades de una penetración política y hasta militar de esta superpotencia en el espacio Latinoamericano y del Caribe. Para ese fin, había que darle fuerza a la zona de seguridad hemisférica establecida en 1942, mediante la cual el mundo reconocía el espacio demarcado por ella como un área geográfica militarmente bajo el dominio de los EE.UU. Por ello, no puede extrañar que el primer instrumento internacional que formaba parte de la estrategia de contención norteamericana, fuese el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), firmado en 1947 en Río de Janeiro, Brasil. Una alianza que comprometía las fuerzas militares de las repúblicas latinoamericanas y caribeñas en la defensa de la zona de seguridad hemisférica dentro del marco del Corolario Kennan. Una asociación que efectivamente nunca se materializó, pues ello hubiese supuesto un mecanismo de toma de decisiones colegiado, tal como los que se implementaron en las alianzas que se mencionaron en el párrafo anterior. En la práctica, la concreción de esta línea estratégica se realizó sobre la base de acuerdos bilaterales con los gobiernos de los estados de la región o mediante acciones unilaterales de intervención militar directa. Fueron de hecho, procesos dirigidos a anular cualquier fuerza subnacional que impulsara movimientos encaminados a la búsqueda de la autonomía estratégica de los estados de la región, asociados o no a la línea estratégica de la U.R.S.S. Esta praxis, para facilitar su libertad de acción en todo el espacio continental, sin el obstáculo planteado por los límites políticos de los estados, condujo en la década de los ochenta del Siglo pasado, a la creación de un enemigo virtual, el narcotráfico, asociado con la “subversión comunista”. Aparecía así, una de las características que tipificarían las “guerras de cuarta generación”, con la cual paralelamente se buscaba convertir las fuerzas de defensa de las naciones, que aseguraban la existencia de su Estado, en simples fuerzas policiales para proteger la actividad privada, dando espacio para la supremacía del mercado sobre la acción política.
La Caída del Muro de Berlín y el Fin del Mundo Bipolar.
En ese contexto, fue cuando ocurrió la caída del Muro de Berlín (1989), hecho simbólico que mostró el derrumbe de la U.R.S.S. Una circunstancia que trastocaría abruptamente el orden mundial. Efectivamente, quedaban en el dominio del mundo una aristocracia de naciones que en su cúpula tenía a los EE.UU., con su enorme potencial militar, como policía del sistema internacional; en su entorno inmediato, a las grandes potencias económicas asociadas al Grupo de los Siete, a la cual se le añadiría posteriormente Rusia (considerando únicamente el poder nuclear que conservaba); y, en la base, un conjunto de nuevos actores internacionales (transnacionalizados) que representaban los intereses privados globalizados. Sería esta base, la que orientaría la política internacional por la influencia adquirida sobre los gobiernos de los estados que constituían la cúspide de la élite internacional. En el marco de una estrategia ganar-ganar (juego suma variables), se desarrolló una actividad ubicada fundamentalmente en el área económica, mediante la cual se anuló la fuerza del Movimiento de los No Alineados y se redujo sensiblemente el papel de intermediación desempeñado por la organización mundial. En ese marco, se realizó la acción contra Yugoslavia, impulsada por los EE.UU. y la OTAN, y la llamada “Guerra del Golfo” (1992), con las cuales se neutralizaría bélicamente al mundo periférico. Surgía así, un nuevo límite que segregaría la humanidad empobrecida, incluyendo los miserables de los países industrializados, de aquellos prósperos que agrupamos en lo que se denominó “economías intervinculadas”. Se abrió así, un nuevo conflicto mundial que enfrentó el poder concentrado en las estructuras transnacionalizadas, con expresión en los gobiernos de los estados miembros del Grupo de los Siete y el poder difuso de los sectores marginales que espontáneamente también tendieron a transnacionalizarce. En ese marco, se produjeron los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los EE.UU., unos acontecimientos que cambiaron este orden transitorio, al evidenciar las aspiraciones hegemónicas de la hiperpotencia y la voluntad de los actores transnacionales de aceptar el papel de gendarme de las Fuerzas Armadas Estadounidenses y la dirección política del imperio por parte de Washington que las controla. Aquí, pierde significado la organización mundial y todo el andamiaje jurídico que se había construido por más de cuatro siglos para regular y ordenar las relaciones internacionales y, particularmente la guerra (el derecho a la guerra y el derecho en la guerra). Es así, como los restantes miembros del Grupo de los Siete son relegados, presentándosele como alternativas la de subordinarse a la potencia imperial o buscar mecanismos para mantener su preeminencia en el sistema internacional. A este cuadro, hay que agregar la emergencia de China e India como poderes mundiales debido al enorme desarrollo de su potencial militar y económico.
PARTE 2
EL FIN DE UNA ILUSIÓN DE ARMONÍA
El Estado Rentista y el Espíritu Nacional.
Si la flexibilización del orden bipolar del sistema internacional, en medio de las tensiones propias de la guerra fría, generó un clima económico y social en la humanidad que se tradujo en esperanzas y fé en un futuro, en nuestro país el ambiente fue festivo y de despreocupación. Desde la década de los veinte, cuando después de mucha sangre derramada finalizó la guerra civil venezolana, con lo cual se consolidó el Estado por la reinstitunacionalización de sus fuerzas militares y se inició la explotación petrolera en el país, los venezolanos habían venido experimentando un proceso ascendente. Una evolución, que no solamente avivaban sus ilusiones y su confianza en el futuro, sino que ciertamente se tradujo en una explosión de alegría y abandono, hasta suicida, en relación con el porvenir de la recién cohesionada nación. La expectativa de una fuente inagotable de riqueza provista por la renta petrolera (origen del llamado “Estado Rentista”) y una garantía de seguridad ofrecida por una Fuerza Armada con cuadros profesionalizados, estuvieron en las raíces de este comportamiento convertido en actitud. Se desaprovecharon ambas circunstancias para la construcción de un país, con variadas fuentes de prosperidad para hacer un espacio dominado, casi exclusivamente, por las actividades ligadas a la explotación de hidrocarburos. Nuestro código geopolítico identificado con la idea de “puente” –enlace entre las civilizaciones que pueblan el mundo- se convirtió en un mensaje donde el significado fundamental caía en la idea de ser productor de petróleo. Los venezolanos y sus interlocutores a nivel mundial veían el mapa de nuestro territorio marcado por el símbolo de la “torre petrolera”. De esa forma, el Estado se identificó con este ícono y, estratégicamente, su infraestructura, su estructura y su superestructura, pasaron a ser el centro de gravedad de su existencia. De allí, que hoy su seguridad estratégica está ínfimamente ligada a su protección.
La OPEP y la Estrategia Venezolana de Defensa de los Precios del Petróleo.
Ni siquiera la brillante oportunidad que para los pueblos periféricos representó la flexibilización del régimen bipolar a escala internacional, cambió esta tendencia. Por el contrario, el crecimiento del consumo por la expansión de las economías centrales y emergentes, aumentó los ingresos y, con ello, incrementó las expectativas de una riqueza creciente e ilimitada. La estrategia asumida no fue para la diversificación de nuestro aparato productivo. Fue para la defensa de los precios de exportación del petróleo y sus derivados. Y, así fue como nos asociamos comercialmente con los otros países productores en la OPEP, para constituir un “cartel” como descalifican sus adversarios a esta coalición. Nuestra idea estaba más vinculada, dentro de un pensamiento mercantilista (ni siquiera capitalista) a la idea rentista, que con una reflexión metaestratégica orientada a la preservación de lo que ya claramente era una formación social histórica: la nación venezolana. No sucedía lo mismo entre nuestros socios, que si la concibieron desde su inicio como un instrumento estratégico.
El embargo petrolero decretado por la OPAEP., que afiliaba a los productores árabes, con ocasión de la crisis del conflicto árabe-israelí (1973), demostraba claramente el valor geopolítico que para esas sociedades tienen los hidrocarburos. Ni aún la respuesta práctica que le dieron los países industriales consumidores, al crear la Agencia Internacional de Energía (AIE), una alianza para confrontar el poder de los productores petroleros, le dio a la nación venezolana un motivo para revisar su estrategia sobre la materia. Por el contrario, fue la ilusión de la riqueza ilimitada la que nos llevó a un endeudamiento externo que nos condujo de pronto a una situación que rompió abruptamente nuestros sueños: la crisis de la deuda externa de febrero de 1983. Allí se empezaron a fracturar las ilusiones de armonía de los venezolanos, sustentadas en la expansión continua de las empresas de servicio –educación, salud, electricidad, transporte, agua potable, telecomunicaciones, etc.- y hasta productivas, comerciales y financieras, incorporadas al patrimonio nacional como activos públicos. Un hecho que le daba acceso a la población en general, gratuito o subsidiado, a los bienes de consumo y de servicio con las correspondientes mejoras en la calidad de vida. Tal crisis, a la cual se sumó la presión externa, condujo a la privatización de esos activos públicos, con un efecto inmediato en el costo de sus productos, afectando a los sectores menos favorecidos de la sociedad. Se empezaba a marcar aquí, en Venezuela, el Borde Anterior del Área de Batalla (BAAB), que en la parte inicial de este capítulo se señalaba como la línea que delimita a los beligerantes en el nuevo conflicto global. De hecho, esta circunstancia terminó de quebrar la ilusión de armonía, sustentada en los beneficios, que aún cuando distribuidos desigualmente, alcanzaban a todas las clases y estamentos que configuraban la estructura de la nación venezolana. Se planteaba, de esta manera, un conflicto abierto entre los sectores dominantes en la sociedad y la mayoría subordinada por un régimen político conformado por una alianza de élites (Pacto de Puntofijo) reforzadora de esa fantasía de concordia.
El 27F. y el Cambio del Modo de Hacer Política.
La Rebelión Popular del 27 de febrero de 1989 materializó el conflicto descrito anteriormente. Fue este evento el pionero en el mundo de un cambio en el modo de hacer política. Efectivamente, esta actividad humana a través de todo el lapso de la modernidad, se había realizado por intermedio de concentraciones de poder conformadas en partidos o grupos de interés. Se enfrentaban los términos de la relación dialéctica, presentes en las sociedades, entre organizaciones que absorbían sus energías para provocar la polémica política. Un hecho que inevitablemente conducía a la acumulación de poder en la dirigencia del bando victorioso en la contienda. De modo que, el ideal democrático universalizado por el poder ejercido por los pueblos occidentales en el ámbito mundial, no fue en la práctica un hecho concretado. La aristocracia, y, más bien su desviación, la oligarquía, ha sido el régimen político que ha regido tanto a las naciones como al sistema internacional. En este caso, los sectores débiles de nuestra sociedad utilizaron la coordinación tácita para actuar políticamente, logrando un “poder difuso” que se opuso al “poder duro” concentrado en las instituciones de gobierno, políticas, económicas y sociales, que acumulaban cantidades significativas de los factores de poder (fuerza, finanzas, conocimientos, habilidades y destrezas). Fue un ejemplo eficaz, rápidamente universalizado, que modificó la función social de la política. Desde las manifestaciones en Seattle, EE.UU. (1999), hasta el reciente derrocamiento del Presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez, pasando por hechos como las protestas en Davos, Suiza, y la deposición del Presidente argentino Fernando De la Rúa, han sido expresiones exitosas de esta forma de hacer política. Un modo de conducta que tiene su equivalencia en uno de sus instrumentos: la coerción (la guerra).
Allí, dentro de la situación planteada, se puso en evidencia el pensamiento militar venezolano vigente. Un ideario que tenía como fondo el TIAR., con la perversión de colocar en la “narcoguerrilla” su enemigo estratégico. Esto nos llevó a involucrarnos directamente en una guerra, que no era la guerra de los venezolanos. La Fuerza Armada Nacional, terminó asociándose con las Fuerzas Militares colombianas y sus aliados paramilitares, que desde mediados del Siglo XIX, eran sus antagonistas, no sólo por razones territoriales, sino por razones político-ideológicas. Debe considerarse que en esa relación de antagonismo, durante el Siglo XX, Colombia actuó como agente de intermediación de los intereses norteamericanos en el área. Unas expectativas indiscutiblemente vinculadas a los rasgos geopolíticos de nuestro país: su posición geovial y sus recursos petroleros. Los tres incidentes más críticos de esa tempestuosa relación, la invasión al Táchira en 1902, dentro del marco general impuesto por la Revolución Libertadora y el Bloqueo a las costas venezolanas (ambas acciones estrechamente relacionadas); la acción de la Armada colombiana sobre el archipiélago de Los Monjes; y, la incursión de la Corbeta Caldas en el Golfo de Venezuela, tuvieron detrás insinuaciones y acciones del gobierno de Washington. De modo que, no puede extrañar que la conducta de esa Fuerza Armada ante la rebelión popular fuese la de su represión violenta, en un comportamiento que colindó con lo delictivo, pues tal acción configura un acto de “lessa humanidad”. Así lo han determinado las instancias jurisdiccionales internacionales. No podía ser de otra manera. El hombre común organizado en oposición al régimen establecido, dentro del Corolario Kennan, era comunista y por ello debía ser eliminado militarmente. No cabía allí la negociación explícita propia de la política.
La Fuerza Armada, su Resistencia a la Cultura del Estado Rentista y, el Conflicto Transnacional Actual.
No obstante, si ese era el pensamiento dominante, no representaba el consenso de todos los miembros de la institución de defensa del Estado. Desde la década de los sesenta del Siglo pasado, internamente, había una disidencia significativa en los cuadros de mandos militares, a todos sus niveles, que repudiaba ésta posición cómoda, tanto del Estado como de su sector militar. En esta última materia, rechazaban la falta de un espíritu profesional orientado al desarrollo de las capacidades para la defensa militar del país, en beneficio de una dinámica favorecedora del crecimiento de la burocracia administrativa. Un hecho que se puede verificar fácilmente, solamente con el examen de los mapas organizacionales del aparato de defensa y su presupuesto de gastos. Era un sector que manifestó su crítica a semejante estado de cosas por dos mecanismos: uno, el sumarse a la rebelión civil que se desarrolló en aquella década; y, dos, el asumir una actitud contestataria dentro del seno de la organización. Los primeros fueron anulados por la eficaz acción político-militar desarrollada por el gobierno en el contexto del ya varias veces mencionado Corolario Kennan. Los segundos persistieron en su acción, sentando las bases para una respuesta a largo plazo que recuperara la tradición histórica militar venezolana. Y la respuesta llegó impulsada por la rebelión popular de 1989. El golpe militar del 4 de febrero de 1992 y el del 27 de noviembre del mismo año, fueron la expresión de esa corriente de pensamiento disidente dentro de la estructura del aparato militar venezolano. Se inició así definitivamente un cambio radical de la práctica política venezolana, que convertiría el conflicto coyunturalmente planteado en 1989, en una confrontación estructural en el seno de la nación, que incluso llegó a amenazarla con la posibilidad de la guerra civil. También generó un diferendo significativo en la arena internacional con las fuerzas transnacionales dominantes del mercado mundial, concretado en unas relaciones tensas entre Caracas y Washington, que amenazan con el desarrollo de un conflicto bélico internacional. Así se rompió definitivamente la ilusión de armonía que orientó la vida de los venezolanos durante buena parte del Siglo XX.
CAPITULO V
CAPÍTULO V
EL DESAFIO MILITAR VENEZOLANO
La Misión de la Fuerza Armada
Esta situación internacional, tanto a escala global como regional, y la realidad interna, coloca a Venezuela como inmersa en un conflicto internacional inscrito dentro del concepto de las “guerras de cuarta generación”, con su marcada característica de asimetría. Una desigualdad que no representa exclusivamente un desequilibrio severo de fuerzas, ni una diferencia sustantiva de concepciones políticas-estratégicas, sino que refleja una brecha profunda en lo científico-tecnológico. Así considerado el conflicto actual pareciera ser irracional enfrentarlo con la fuerza militar. Una simple correlación entre los poderes relativos de combate, calificaría esta línea de conducta casi como una locura. No obstante, desde los teóricos de la guerra más antiguos, hasta los más actuales, consideran, cuando se evalúa el poder, que éste no está definido exclusivamente por lo medios materiales en posesión de los beligerantes (poder duro). Éste, está también influenciado por lo que el autor alemán mencionado en el Capítulo II, Karl von Clausewitz, denominó, “fuerza moral” (poder blando). Una fuerza que contemporáneamente es considerada como derivada de dos variables: la cohesión nacional y de la estructura militar, de las cuales se desprende la voluntad de lucha; y, la estrategia, el uso heurístico de la inteligencia humana para crear formas que optimicen la eficiencia de los medios para alcanzar los fines. Desde esta óptica, el enfrentamiento de nuestro conflicto por la fuerza no es un disparate. Las dos variables enunciadas podrían potenciar las fuerzas materiales, estableciendo la probabilidad de una simetría en las relaciones de poder entre los beligerantes. Un hecho que se ha demostrado históricamente en múltiples veces, incluyendo el caso de nuestra propia gesta de independencia ya mencionado.
Para la Fuerza Armada venezolana, la cuestión no es defender los intereses del país en la arena internacional. Ni estamos en condiciones físicas ni morales –en la acepción militar de esta palabra- para realizar acciones de tal tipo, ni nuestra metaestrategia, fundada en la idea de zona de paz, nos proporcionan fundamentos sustentados en nuestra cultura, que nos impulsen para ese fin. Esa sería la razón que explicaría la falta de una fuerza moral para acometer acciones ofensivas en el ámbito del sistema internacional. Lo que si es cierto, si nos acogemos a nuestra tradición histórica, es la presencia de una solidaridad entre los venezolanos para defender la patria y de una creatividad para diseñar y realizar acciones dentro de estrategias innovadoras y concepciones tácticas y, hasta técnicas, originales. El reto para la Fuerza Armada venezolana, es mantener el dominio del territorio del Estado y la unidad y persistencia de la nación. No solamente como resultado del sentimiento despertado por la idea del patriotismo republicano, sino porque racionalmente es la antítesis a la tesis de la globalización neoliberal, propugnada por la fuerza de los poderes fácticos que tienden a dominar la realidad mundial actual.
La defensa, en este caso del Estado, no es solamente la protección de los intereses de los ciudadanos venezolanos, relacionados con sus posibilidades de realización. Es la defensa de ese mundo periférico condenado a la exclusión por la política darwiniana adelantada por las fuerzas neoconservadoras. Así, la fuerza militar que ayer llevó el mensaje de la independencia y la libertad al resto de América, hoy porta la bandera de la inclusión de todos los hombres en un mundo equitativo posible por la acción de la revolución científica y tecnológica que caracteriza nuestra era. Los venezolanos no podemos permitir nuevamente que quedemos rezagados, como lo estuvimos en el Siglo XX, de las posibilidades que nos ofrecen el conocimiento y las herramientas que de él se derivan. Ni tampoco podemos permitir que otros pueblos del mundo, en especial en nuestra región, queden bajo esa condición, porque ello significaría mantener un desequilibrio permanente que conduciría inevitablemente al uso privilegiado de la guerra como instrumento de la política.
Dentro de esa conceptualización, nuestro problema militar se reduce principalmente a la definición de una estrategia. Una tesis que considere los fines arriba establecidos con las condiciones generales del enemigo, el ambiente operacional (geografía, clima, economía y cultura) y nuestras propias capacidades. Por supuesto, debemos considerar la metaestrategia derivada de nuestra sabiduría militar. Y dentro de esta concepción, estimando el carácter asimétrico de la confrontación, semejante praxeología debe privilegiar la opción defensiva. Esto sin olvidar, que en la misma metaestrategia la ofensiva es consustancial con esta visualización de la defensa. No obstante, el conflicto, como hemos señalado anteriormente, podría tener otras manifestaciones distintas a este enfrentamiento asimétrico directo. Puede expresarse en confrontaciones directas con potencias vecinas o “quintas columnas” internas. En este caso, el uso de las estrategias y tácticas convencionales es lo apropiado, aún considerando el respaldo del agresor internacional. La ausencia del beligerante real, no indica sino tres circunstancias: o, su intervención directa en el conflicto no le es políticamente conveniente, tanto en el ámbito interno como en el externo; o, sus compromisos militares le limitan su participación; o, finalmente, porque el costo de la acción es superior a la ganancia a obtener. Pero, para efectos del pensamiento de nuestra guerra (pensamiento militar), la opción sobre la cual hay que reflexionar, es la intervención directa del enemigo real. Es allí donde el “Vuelvan Carajo” de nuestra metaestrategia adquiere significado.
Entonces, el repliegue de nuestras fuerzas militares activas hacia espacios seguros, constituye la acción primordial. Se trata de salvar el capital fijo de la defensa, exponiendo solamente la voluntad de los venezolanos para preservar los medios con los cuales asestar el golpe final. El acto después de la orden “Vuelvan Carajo”. Es frente a la acción hostíl del enemigo, donde cobran valor las fuerzas de las reservas y la guardia territorial. Las primeras, para la protección de las puertas étnicas y marítimas que permiten el normal discurrir de nuestros flujos, tanto entre las provincias del país, como con nuestro entorno externo. Las segundas, para realizar la resistencia al invasor ocasionando el desgaste de sus fuerzas por acciones irregulares. Parte de los efectivos activos en esta etapa, tendrían, dentro del concepto de defensa móvil, la misión de defender los puntos críticos que garantizan la supervivencia mínima de nuestra población o, neutralizarlos o destruirlos de modo que no sean aprovechados por las fuerzas adversarias. Esta visión, no se fundamenta solamente en la tradición histórica ni en la concepción metaestratégica. Tiene también bases empíricas sustentadas en el hecho de la enorme superioridad tecnológica del probable adversario. Los sistemas sensores, de toma de decisiones en tiempo real, de respuestas en plazos mínimos y de evaluación de daños, hacen casi invulnerables sus formaciones militares frente a la tecnología de los medios con los cuales cuenta nuestra Fuerza Armada activa. Utilizar esos medios, como está demostrado en la historia reciente (Conflicto de los Balcanes, Conflicto de Afganistán y Conflicto de Irak), si bien puede tener un éxito localizado, normalmente implican la destrucción de los recursos empleados –siempre muy limitados en posesión del débil militar- lo que resulta en una escasa ganancia para el defensor y una pérdida despreciable para el atacante. Lo cual es una contradicción con la racionalidad estratégica.
Por principio, el recurso de la fuerza en las relaciones políticas tiene por objeto aterrorizar al adversario para imponerle la voluntad. Es impensable que un actor político internacional como hoy lo es el Estado norteamericano, se aterrorice con la fuerza militar convencional de una potencia media. Un centro de poder con influencia restringida dentro de una región geoestratégica. Pero si es posible atemorizarlo con fuerzas irregulares que tienen el mismo efecto que las pulgas en el organismo humano. Por algo ese tipo de acción militar es llamada por muchos teóricos “la guerra de las pulgas”. No sólo por el escozor que causan éstas, sino por las infecciones que pueden transmitir. La acción irregular causa “picazón”, más no daños efectivos sobre el capital y los recursos humanos del oponente, sino que además introduce virus que actúan sobre su sistema nervioso (los centros de decisión política) que eventualmente tienen el potencial de anular la voluntad de quienes dirigen la acción de atacante. Por ello, militarmente, ante una amenaza de esa naturaleza, la mejor estrategia no es morder con la escasa presión de la dentellada de un perro pequinés. La mejor praxis es pellizcar con el veneno del insecto.
El Potencial Militar Venezolano.
Normalmente se suelen considerar las condiciones del terreno, el clima, el entorno social y el económico, como actores independientes en el contexto del Teatro de Guerra. Y es lógico hacerlo así. Tales variables tienen una dinámica propia que en el marco de la confrontación clásica afectan por igual a los beligerantes. Pero ello no es así en la guerra irregular. Para el combatiente informal estas variables son, probablemente, su principal instrumento de poder. Ciertamente, es a las formaciones militares altamente organizadas a las que afectan principalmente estos factores. Los ingenios militares con tecnología de punta son vulnerables a la acción del medio geográfico donde se utilizan, mientras no lo son en absoluto para quienes actúan como lo hace el buhonero. Para éste, esas condiciones lejos de ser un obstáculo proveen una oportunidad (ello permitiría llamar esas acciones irregulares como la “guerra de los buhoneros”). Considerando a estos representantes de la economía informal como una variable importante para la solución de problemas económicos, entre ellos, el crecimiento de Producto Interno Bruto (PIB). En efecto, las variaciones y los factores antes enumerados, por conocidos y dominados por el combatiente irregular, le dan la ocasión y muchas veces los medios para actuar sobre su adversario. Este razonamiento es el que convierte a la geografía nacional como la principal fuente de poder para la estrategia, en el marco de la guerra asimétrica mal llamada de “cuarta generación”, mediante la cual se enfrentaría un enemigo con un “poder duro” considerablemente mayor. Justamente el variado paisaje geográfico, con su multiplicidad de accidentes, las condiciones meteorológicas cambiantes, la diversidad de flora y fauna y la pluralidad de expresiones sociales y culturales, que caracterizan nuestro ambiente operacional, son instrumentos sin igual para adelantar estrategias operacionales y tácticas, enmarcadas en los planteamientos metafísicos derivados de la tradición y la reflexión sobre la guerra.
Otra fuente de poder militar venezolano muy valiosa, sin embargo menos que la anterior, lo es su población. Y es inferior, en primer lugar, por razones cuantitativas. Ciertamente, las dimensiones del territorio nacional nos proporcionan amplio margen de maniobra para el desarrollo de nuestras visiones estratégicas, no así el tamaño de nuestra población. La cantidad de población, en relación con la anterior variable, más bien disminuye el valor de la extensión territorial, por cuanto no ofrece la cantidad suficiente de individuos para cumplir las funciones de vigilancia y control del espacio geográfico, indispensables para el esfuerzo de defensa. Pero también hay razones cualitativas, especialmente ligadas a las actitudes que previamente le adjudicamos a los venezolanos, como producto de su carácter festivo y despreocupado generadas por el “estado rentista”. Esta circunstancia le resta a la población el sentido de pertenencia al grupo social y su interdependencia con el territorio patrio, privando su interés por el disfrute de la vida. Pero se trata de una tendencia, nada criticable desde la perspectiva humana. No se puede censurar el deseo de “gozar la vida”. Para algunos es razonable pensar que ese gozo ocurrirá en otra vida y, que nuestro tránsito por la tierra es un camino doloroso para ganarse una gloria eterna. Pero en la realidad todos buscan la satisfacción de sus expectativas en el transcurrir de sus vidas. La cuestión que afecta el desenvolvimiento político frente a una filosofía hedonista, que justifica la existencia, únicamente por el disfrute de la vida (parte del planteamiento neoliberal), es el hecho del egoísmo. Un rasgo humano antinatural pues el avance del hombre es debido a la acción social y no a la acción individual. Es por ello, que ese rasgo cultural de los venezolanos es una debilidad frente a las exigencias de la defensa. Una función que tiende a proteger a la nación en su conjunto y no a los ciudadanos en particular. Por eso no es de extrañar que sus demandas en esta materia se orienten a la seguridad pública –protección de la vida y propiedades del individuo- y no a la seguridad estratégica del Estado (protección a la vida comunitaria). Aún cuando sea cierto que sin la segunda no existiría la primera.
No obstante, aún considerando esta vulnerabilidad, el fin de una ilusión de armonía comentado en el Capítulo previo, ha revertido esa inclinación. El duro choque con la realidad no solamente ha creado el conflicto interno y externo existente, que se ha descrito en las páginas anteriores. Ha inducido graves conflictos interiores en el individuo que lo han llevado incluso a la posibilidad de la confrontación violenta, en la cual no sólo sacrifica sus propiedades y bienestar, sino que pone en riesgo su propia vida. Y eso es lo que ha movilizado a una parte importante de la población a incorporarse al esfuerzo de defensa del Estado, y a otro sector a asumir la posibilidad de convertirse en “quinta columna” en el marco del conflicto global planteado por las llamadas “guerras de cuarta generación”, varias veces mencionadas en el desarrollo de esta obra. Unas circunstancias que incorporan la vida venezolana a la sociedad globalizada. De allí que los primeros defiendan la idea del Estado, sustentado en la noción de patriotismo republicano, mientras los segundos protegen la noción del Imperio sostenida sobre la base economicista del mercado. Los dos planteamientos que definen la dialéctica actual de la política internacional. Este cuadro ofrece el potencial humano necesario para el desarrollo de la estrategia defensiva del Estado.
Obviamente, la disponibilidad de recursos financieros influye sobre todo en el mantenimiento del poder militar venezolano. Si en la guerra de independencia y los conflictos civiles del Siglo XIX, la escasa disponibilidad financiera (más que todo proporcionada por el crédito externo) fue una variable muy importante para el incremento del capital del aparato de defensa -representado por su equipo de combate- las condiciones existentes en la actualidad en esta materia capacitan a las fuerzas militares para mantener un esfuerzo de guerra continuado. Corresponde a un rasgo que favorece la estrategia de “guerra prolongada” que está implícita en el uso de fuerzas irregulares en el conflicto bélico. En ese marco –el de la “guerra prolongada”- la maniobra es diseñada en el eje del tiempo y no en las coordenadas del espacio donde ella se dibuja en el terreno. Es la sucesión de actos militares discretos, en distintos puntos del espacio y no el proceso contínuo realizado en el área de batalla, lo que caracteriza las acciones informales. Configuran operaciones de combate que no tienen como fin la ocupación del espacio geográfico, sino cuyo propósito, como ya se ha señalado, es el de debilitar la voluntad de lucha del adversario para paralizar su capacidad de decisión. Este tipo de conducta militar tiene a su vez un efecto en el deterioro y destrucción de su capital material.
Naturalmente no es despreciable el valor del material bélico en manos de las fuerzas activas para la obtención de una decisión favorable a los venezolanos, que defienden el Estado como una formación social histórica. Una nación resultado de los esfuerzos de muchas generaciones que construyeron el país y unificaron la sociedad. Como ya se sostuvo, éstas no ofrecen gran utilidad para el enfrentamiento de la acción hostíl del adversario. Pero si es un factor de poder militar importante, como complemento a las acciones irregulares de las fuerzas de reserva y de la guardia territorial, dentro de la concepción de la defensa móvil. Un planteamiento que supone la atracción del enemigo a una “zona de matanza” y el uso del contraataque para su neutralización o destrucción. Justamente el esquema utilizado en “Las Queseras del Medio” y en la “Batalla de Santa Inés”. Pero el valor más importante, en una confrontación de este tipo, está en el papel que estas fuerzas jugarían en la contraofensiva general que se desarrollaría, una vez logrado el desgaste del oponente por los mecanismos irregulares. En ese momento sería cuando entrarían en acción las fuerzas militares activas para dar el golpe final al invasor. Un hecho que reproduciría el esquema estratégico que culminó con la “Batalla de Carabobo”.
Hay un factor de poder militar, y más que militar, nacional, que no se ha considerado seriamente en la formulación de las estrategias del Estado para su defensa. Corresponde al potencial existente en la población del país en materia científica y tecnológica. No ha habido un empeño decidido de la nación venezolana para incentivar la investigación y la inventiva en el importante número de ciudadanos con conocimientos y habilidades para realizarla. Hay que hacer en justicia una excepción: el lapso del régimen del “Nuevo Ideal Nacional”. No se trataría aquí de competir con las grandes potencias en el desarrollo de conocimientos y tecnología militares. El esfuerzo a realizarse tendría que ubicarse dentro de la concepción metaestratégica que orienta la tradición defensiva venezolana. Hay un amplio espacio, en ese terreno, para el diseño o la reingeniería de ingenios militares que nos proporcionarían ventajas tanto en las acciones irregulares como en las operaciones regulares a desarrollarse dentro de nuestro diseño defensivo. Y no es solamente, la investigación en el área de las llamadas “ciencias duras” destinada a obtener medios materiales de combate. Es la investigación, también en el campo de la ciencia del comportamiento, de enorme utilidad para la formulación de las estrategias operacionales. El conocimiento antropológico del enemigo permite determinar con exactitud sus vulnerabilidades tanto individuales como colectivas e, incluso, sus debilidades anatómicas y fisiológicas. Por ello, en este paradigma la acción en este campo, reforzaría el poder militar del Estado. Y, como fue señalado al inicio de este párrafo, tal actividad potencia el poder nacional por cuanto los avances en este terreno aumentan la productividad de bienes y servicios de consumo masivo, lo cual implica un crecimiento significativo en lo económico y en lo social.
El Poder Militar del Adversario
Se puede afirmar que el principal agente perturbador de lo que podría haber sido una evolución menos dramática de nuestro proceso de integración como Estado, ha sido la injerencia externa en la vida nacional. Lograda la independencia tuvimos que enfrentar las apetencias del decadente modelo político de la monarquía absoluta. “La Santa Alianza”, aquella coalición de los viejos reinos en declive, levantó preocupaciones en la dirigencia política y militar de la época en nuestras naciones. Un hecho positivo que planteó como solución, la idea de la confederación hispanoamericana. No obstante, salvo en el intento realizado en México, esta amenaza no se materializó en el resto de los recién independizados estados. Lo más insidioso fue la injerencia, inicialmente, del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda y posteriormente de las otras grandes potencias europeas, que se disputaban los mercados en el marco del fenómeno histórico identificado como neocolonialismo. Tal intromisión en los asuntos de los pueblos hispanoamericanos, que incluía al Imperio Portugués radicado en Brasil, estuvo en la raíz de los conflictos internacionales e internos experimentados por los pueblos de esta región en el Siglo XIX. Esas potencias fueron capaces de cooptar gobiernos y segmentos sociales para que actuasen en favor de sus propios intereses en esta área convertida en un espacio geoestratégico. Un Teatro de Guerra, donde indirectamente se disputaban la hegemonía universal las grandes potencias europeas. Fue una situación que cambió al inicio del Siglo XX. Pero esa transformación no fue para bien. Ella lo que produjo fue la sustitución de la injerencia europea por la estadounidense, debido a la acción derivada del Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe ya mencionado. Una forma de conducta que tendió a imponer en el hemisferio una “Pax Americana” al estilo de la “Pax Romana” impuesta por el Imperio Latino de la antigüedad en la región de la Cuenca del Mediterráneo.
Pero si bien la injerencia europea fue de alguna manera tolerada por los pueblos de la región, dado que ella se ajustaba a los conflictos reales planteados por los procesos de integración de estas naciones, no obtuvo igual respuesta la intromisión norteamericana. Ya no se trataba de acciones donde la intervención extranjera balanceaba las fuerzas de los contendientes dentro de los conflictos internos o regionales. Correspondía a intervenciones que desbalanceaban las correlaciones de poder entre los beligerantes para imponer gobiernos sumisos a los intereses de Washington, en perjuicio de las facciones contrarias normalmente materializadas por los sectores menos privilegiados. De modo que desde el inicio de tal injerencia, hubo resistencia. En efecto, desde la acción de guerrillas contra el invasor norteamericano, dirigida por Charles Magne Peralt en Haití (1914) hasta la actual resistencia a la intervención estadounidense en los asuntos internos venezolanos realizada por el gobierno nacional actual, pasando por las ejecutadas por Augusto Sandino en Nicaragua, Jacobo Arbenz en Guatemala o la del Coronel Francisco Caamaño en República Dominicana, la actitud general ha sido de rechazo a esta conducta. Una oposición infructuosa, dada la asociación entre los factores de poder estadounidenses y las élites iberoamericanas que aceptaron como solución la sombrilla defensiva norteamericana para proteger sus intereses particulares.
En la actual situación, cuando existe un fuerte movimiento suramericano, especialmente localizado en la fosa amazónica, por la integración de un poder subregional, como ya se ha expresado en Capítulos anteriores, la acción norteamericana se ha enfocado sobre el Estado Venezolano. Ha sido una conducta perfectamente encuadrada en los rasgos que distinguen, las “guerras de cuarta generación”. Mediante ella, se ha actuado insistentemente en el espacio comunicacional, sin descuidar el uso de la fuerza a través de la formación de una quinta columna interna y de la acción de fuerzas paramilitares colombianas. Frente a ellas, la Fuerza Armada Nacional ha sido capaz de mantener la integridad del Estado. Y, dadas las experiencias previas, las probabilidades son altas, tanto para rechazar acciones formales o informales, provenientes de Colombia, como para mantener el orden interno. Históricamente, Venezuela ha rechazado militarmente con éxito, los intentos de agresión colombianos hacia nuestro país. Entendiendo que en todos ellos ha existido injerencia estadounidense. De igual modo, nuestra institución militar ha sido capaz durante todo el Siglo XX, de mantener la paz entre las clases y estamentos que configuran nuestra comunidad política. Por ello, el poder militar que se debe evaluar es el correspondiente al que se emplearía eventualmente, en el marco de una estrategia directa, por el antagonista real: Estados Unidos de América.
Desde luego, debido a los compromisos internacionales que tiene esta hiperpotencia en la hora actual, no es dado considerar la totalidad de su capital fijo dedicado a la defensa, representado por 8.000 tanques, 6.000 piezas de artillería, 5.000 helicópteros, 74 submarinos, 126 navíos de superficie, 12 portaaviones, 27 cruceros, 52 destructores, 35 fragatas y varios miles de aviones bombarderos y cazabombarderos. Todo esto alimentado por un presupuesto fiscal que para el año 2001, correspondía a la cifra de 290.000 millones de dólares, a lo cual hay que agregarle aproximadamente 600 millones de dólares que gasta mensualmente, fuera de presupuesto, para sostener las actuales operaciones militares que realiza en Afganistán e Irak. En lo que respecta al capital humano tiene 2.6 millones de ciudadanos movilizados, 1.3 millones en las fuerzas efectivas y 1.3 millones en la reserva, con graves problemas para ampliarlo por la resistencia de la población a concurrir a los centros de reclutamiento. En el año 2004, los efectivos alistados fueron treinta por ciento menores que las metas planteadas. Un hecho que ratifica la afirmación previa. Por ello, lo técnicamente aconsejable es considerar las fuerzas que eventualmente podrían asignársele al Comando Operacional responsable de las operaciones en el área Suramericana y del Caribe, cuyo jefe actúa como procónsul del Imperio: El Comando Sur. Una repartición militar, que a la usanza de las capitanías generales del Imperio Español, no sólo tienen responsabilidades en el área castrense, sino que también atienden los aspectos políticos y diplomáticos. En este sentido, una evaluación de las capacidades militares de este comando, lo colocaría con un poder relativo de combate de menores dimensiones que el estimado para el Estado Venezolano. Ciertamente, sus efectivos no pasan de una Brigada de Infantería, reforzada, en caso de su movilización, por el cuerpo de “Rangers”, sin medios navales ni aéreos significativos. No obstante, debe considerarse el nuevo pensamiento militar de esa nación, que tiende a eliminar la presencia física permanente de fuerzas, en sus cinco Comandos Regionales dispersos por el mundo, cuando no hay conflictos en desarrollo, para sustituirlos por bases logísticas, con reservas de materiales suficientes para el apoyo de operaciones continuadas en la región. En nuestro caso, hay que considerar la presencia de bases de este tipo en Leticia y Tres Esquinas (Colombia), Reina Beatriz (Curazao), Hato Rey (Salvador), Roosevelt Roads y Fuerte Buchannan (Puerto Rico), Guantánamo (Cuba) y, Aeropuerto militar de Ciudad de Panamá (Panamá). Todos, sitios desde los cuales se puede apoyar una significativa formación militar conjunta para actuar sobre el hemisferio, la cual al menos contaría con un grupo de batalla naval conformado alrededor de un portaaviones y con un máximo de tres divisiones de combate terrestre, apoyadas convenientemente con medios aéreos. A eso, tiene que agregársele sus enormes capacidades científicas y tecnológicas en el campo de la telemática que incluyen hasta el desarrollo de soldados robot.
Balance Conclusivo
Las apreciaciones del poder relativo militar de los beligerantes realizadas en los dos párrafos previos, en la cual se omitió deliberadamente las capacidades nucleares del agresor, deben estimarse en su justo valor. Con ellas se podría llegar a una conclusión que nos colocaría el cuadro estratégico como paritario. Las evidentes ventajas materiales del ofensor estarían compensadas por la superioridad de las fuerzas morales de la nación. Una supremacía que se fundamenta en el evidente renacimiento de lo que pudiese llamarse el “espíritu nacional” en una mayoría de los venezolanos. Positivamente la actitud mostrada por semejante conjunto de compatriotas y por las fuerzas militares activas frente al golpe de estado del 11 de abril de 2003 y el paro empresarial de diciembre de ese mismo año tenderían a confirmar la anterior afirmación. Hubo una determinación de defender el gobierno y, con ello el Estado, mediante el uso de la fuerza que indiscutiblemente revela la existencia de esa energía moral que anima la voluntad de existencia de los pueblos. Un impulso que indudablemente tiene el potencial de transformarse en un poder de acción. La capacidad de transformar realidades de acuerdo a un propósito (“acción teleológica”), que en el caso del conflicto, según las teorías más actuales, se mide más por la capacidad de soportar castigos para alcanzar los fines propuestos, que por la de infringirlos. Fueron estos eventos los que permitieron romper la barrera artificial creada por el positivismo que separaba al mundo militar, concebido como casta, del civil pensado como masa a la cual hay que ordenar, incluso por la fuerza de la represión, hasta con apoyo foráneo, para alcanzar el ideal del “progreso”, posteriormente substituido por la metáfora del “desarrollo”.
Pero teóricamente tales estimados tienen una alta proporción de error. “La teoría de la mala percepción” nos enseña que siendo la guerra una polémica donde tanto el discurso como las acciones de los beligerantes son signos de lenguaje mediante los cuales se realiza la intercomunicación entre ellos (la negociación), como ocurre en toda comunicación (“acción comunicativa”) puede ser mal interpretada por las partes. Las diferencias culturales generan semánticas distintas que conducen a la mala interpretación de los mensajes transmitidos mutuamente e, incluso, entre sus aliados actuales y potenciales. Un hecho al cual hay que agregarle “el ruido” generado por el entorno, especialmente por los restantes actores del sistema internacional, que distorsiona las señales emitidas por las partes del proceso comunicativo. En ese caso, casi resulta evidente que la metaestrategia adoptada por el ofensor esta sustentada en el pensamiento liberal del filósofo apologético de la guerra Max Scheler, quien apoyado en la teoría evolucionista, con el carácter competitivo en las relaciones entre los seres y la especies, sostiene el derecho de los estados más fuertes al empleo de la fuerza –la cual tiene su propio derecho– a imponer su orden que expresa el más alto grado de evolución de la especie humana en el momento. Dentro de esta concepción la guerra es el “supremo tribunal” que decide la estructura del sistema internacional en un momento dado. Por ello, considerando que tal orden es definido a fin de cuentas por el avance científico-tecnológico, es el “genio” de los pueblos lo que le proporciona la autoridad moral para decidir sobre la vida política de la humanidad. Y semejante decisión la impone, aún por la fuerza. Es una metaestrategia que considerando al Estado como una unidad vital de orden superior, aplica el evolucionismo biológico, por lo cual los pueblos deben sentirse agradecidos si un Estado más fuerte –y esto en su proposición quiere decir más digno– se apodera de lo nuestro. Dentro de este pensamiento la conquista y reorganización de otras comunidades es la función vital por excelencia del organismo político.
Y en ese orden de ideas, un enfoque histórico concebido desde la respectiva evolucionista –y el materialismo histórico tal como fue formulado es uno de ellos– le daría la razón a este planteamiento metafísico. Sin irnos a una cronología que muestre que efectivamente los pueblos más avanzados han conquistado a los menos aptos para formar imperios, se podría afirmar que la nación anglosajona americana, constituida en Estado, por decisión del tribunal de la guerra, ejerciendo el derecho que le proporciona la fuerza, es actualmente la forma de asociación más evolucionada que tiene la humanidad. Ciertamente, parece como indiscutible que esa comunidad política ha sido capaz de imponer su modo de vida –el “american way of life”– en todo el planeta. Casi no hay un sitio en el mundo donde no exista un McDonald o no se venda Coca Cola. Indicadores básicos del proceso de aculturación. De modo que la percepción sobre una posible paridad en los poderes relativos de combate, resulta falsa a pesar de los indicadores en los cuales se sostiene. Un error que se afianza en el hecho mediante el cual se comprueba que la mayoría de esa sociedad respalda a la facción política interna que sostiene esta tesis y la ha puesto en práctica exitosamente a lo largo de un siglo. De modo que, como lo hace un número no despreciables de venezolanos, deberíamos estar agradecidos porque ese pueblo más digno que el nuestro, complete el proceso de conquista de nuestro país –llevado hasta ahora pacíficamente- se apodere de lo que ha sido nuestro a fuerza de lucha y trabajo para imponer su “democracia”, con el neoliberalismo económico como substrato, que en el marco de ese enfoque es la forma más evolucionada de estos seres metavivientes que son las comunidades políticas.
No obstante, tal enfoque histórico olvida el efecto de la entropía. Y si bien es cierto que su fundamentación tiene un cierto de validez, también lo es que la imposición del orden por parte de la potencia dominante genera un desorden derivado del cambio de estado experimentado por la materialidad social. El caso del auge y caída del Imperio Romano ha sido paradigmático para apoyar la tesis que ha sostenido, algunas veces no de manera expresa, el impacto de la entropía como producto de la acción renovadora en los sistemas políticos, incluyendo el sistema internacional. Se vio en este suceso como la acción del sector menos desarrollado de aquel imperio, conjuntamente con la de los pueblos llamados “bárbaros” por el grupo etnocultural dominante, derrumbaron aquel centro de poder que parecía inexpugnable. Un hecho que se repetiría incansablemente en la historia en casos como el derrumbe del Imperio Español, el correspondiente al Imperio Napoleónico, el de él Británico más recientemente él del Imperio Soviético. En todos estos casos la resistencia pacífica de los dominados, combinada con el desarrollo de guerras asimétricas, que agregaban los residuos indómitos al nuevo orden fueron los instrumentos para la destrucción de estas formaciones políticas. Se podría afirmar que el surgimiento del Estado Venezolano es producto de esa dinámica.
Una mecánica que parece estar funcionando en la actualidad en el caso del Imperio Anglosajón Americano. El suceso de la liberación de Viet Nam es emblemático para indicar su presencia en la actualidad. No por el simple hecho de la consecución de la independencia del pueblo vietnamita, sino porque ello reveló la existencia de un significativo “proletariado interno” estadounidense, resistente al orden vigente, y organizó al sector más perjudicado del “proletariado externo”, representado por el grupo de los No Alineados. Uno de los papeles fundamentales de la guerra: la organización de los beligerantes. Algo que al parecer tiende a acentuarse después del acto unilateral de la invasión a Irak, que ha incluido dentro de esa resistencia al Imperio a las Grandes Potencias que se habían subordinado a la voluntad de Washington. Empero, no se ha considerado todo el potencial militar estadounidense. Su componente nuclear ha sido deliberadamente excluido del examen de su poder relativo de combate. Pero ello no fue un desprecio a esas capacidades. Fue, aparte de que ello representaría la generación de una situación totalmente diferente, la consideración sobre la irracionalidad de su empleo. Ciertamente, su utilización es un suicidio general de la humanidad, pues la escalada que se originaría por una decisión de esta naturaleza, produciría la destrucción total de la biosfera. Al parecer es cierta la afirmación que considera a estas armas como una “vacuna contra la guerra”.
Y a esa inmunización se le debe el avance notable de un esfuerzo, que contrario a la guerra, se había venido desarrollando por lo menos desde el Siglo XVII, teniendo como referencia fundamental el pensamiento de Hugo Grocio sustentando en la tolerancia a las ideas contradictorias y expresado en el Derecho Internacional Público. Sobre esa base ha venido evolucionando la organización mundial hasta que se institucionalizó en la ONU. Un evento histórico, en cuya generación jugó un papel significativo la presencia de las armas nucleares y su terrible efecto destructivo. Se podría decir, apoyando a los evolucionistas, que este ha sido un camino paralelo en el ascenso de la humanidad. No obstante, como se puede verificar, los avances en este proceso han estado sujetos también a la entropía. Algo que refuerza la idea de que lo natural es el desorden, siendo el orden un hecho momentáneo, tal como lo prevé la teoría del caos, producto de una circunstancia azarosa. Desde esta óptica recobran valor las estimaciones contenidas en los párrafos anteriores, lo cual le proporcionaría a la acción defensiva venezolana la misma probabilidad de ganancia que a la ofensiva del Imperio.
Dentro de todo este esfuerzo la conceptualización que se ha hecho a lo largo de este texto, resulta obvio que la guerra no es una lucha por la existencia de los estados y, con ello, de las naciones que personifican. Ese ha sido el enfoque tradicional que se le ha dado en el pensamiento relativo a la seguridad estratégica de las comunidades políticas. La guerra es para algo superior: el poder (soberanía) y por lo que de él depende y con él coincide, la libertad política. Sin dudas, es verificable que cualquier ente que ostenta un poder relativo superior a su congéneris tiene mayor independencia que ellos. Pero también es verificable, especialmente dentro de la especie humana, que esa mayor autonomía desata la resistencia de los más débiles, pero numéricamente superiores, que equilibran el desbalance existente. Por ello, la racionalidad ha pensado que como antitesis de la guerra, se encuentra el reparto equitativo del poder, que no quiere decir la distribución igual de esta variable. Dentro de esa lógica se ha desarrollado naturalmente la concepción de la multipolaridad, que tiende a distribuir, a pesar del desarrollo desigual de las civilizaciones el poder entre centros que focalizan la fuerza de los pueblos que comparten un ambiente cultural más o menos homogéneo. Es sobre la base de esta tendencia, que inevitablemente lleva a la guerra entre estos centros de poder, que dentro de la inclinación hacia la organización del sistema internacional se ha desarrollado el multilateralismo. Una forma de relación cooperativa mediante la cual los pueblos, en el marco de foros políticos supranacionales, tratan de regular las relaciones entre los actores que configuran el sistema internacional. Es en este marco donde ha surgido la idea del Derecho Internacional, que incluye el derecho a la guerra y el derecho en la guerra. De allí que el conflicto planteado para los venezolanos, enfrente el derecho a utilizar su poder (soberanía) para organizar su propia vida a fin de alcanzar los fines que se ha impuesto como consecuencia de su propia tradición cultural.
También en el contexto de esa conceptualización ha podido validarse la tesis que sostiene que la guerra no es un simple enfrentamiento de fuerzas físicas. Es principalmente un enfrentamiento de voluntades. Lo cual la coloca básicamente en el terreno psicológico. De modo que, es la conducta de los individuos en las sociedades, motivada por su interés en la preservación del grupo y en el dominio del territorio que le sirve de sustento, lo que define el poder real de los contendientes. El logro de la cohesión social, como ya se ha señalado, y el sentido de interdependencia con el espacio donde se vive, en donde se desarrolla la voluntad de lucha. Una determinación que es de carácter colectivo y no individual, pues no se trata del asesinato de individualidades. Corresponde a la necesidad de preservar el género que representa la formación social histórica dentro de la cual cada individuo se ha realizado, sustentado por el dominio común del suelo donde ha transcurrido su devenir. Por ello, en nuestro pensamiento militar actual se sostiene que la defensa del Estado, como expresión jurídico-política de la nación, es una responsabilidad compartida por todos los venezolanos, incluyendo el gobierno del Estado y la institución que formalmente cumple esa función social manifiesta.
Al aceptar el fenómeno bélico es esencialmente una conducta que se expresa en el terreno psicológico, se tiene que concordar que el mecanismo de acción fundamental, es el terror. No se va a argumentar aquí lo que teóricamente y prácticamente resulta indudable. Basta con reproducir aquí el razonamiento que sobre el tema realizase el pensador alemán tantas veces mencionado, Karl von Clausewitz. “Muchas almas filantrópicas (“pacifistas”) imaginan que existe una manera artística de desarmar o derrotar al adversario sin excesivo derramamiento de sangre y que esto es lo que se propondría lograr el arte de la guerra. Esta es una concepción falsa que debe ser rechazada, pese a todo lo agradable que pueda parecer. En asuntos tan peligrosos como la guerra, las ideas falsas inspiradas en el sentimentalismo suelen ser las peores. Como el uso máximo de la fuerza física no excluye en modo alguno la cooperación de la inteligencia, el que usa esta fuerza con crueldad (como por ejemplo la utiliza actualmente EE.UU. en Irak) sin retroceder ante el derramamiento de sangre por grande que sea, obtiene la ventaja sobre el adversario, siempre que este no haga lo mismo. De este modo, uno fuerza la mano del adversario y cada cual empuja al otro a la adopción de medidas extremas cuyo único limite es el de la fuerza de resistencia que le oponga el contrario” (palabras entre paréntesis de la redacción de la obra). (“De la Guerra”, Buenos Aires, Ediciones Mar Océano, 1960, p10). Por ello, los venezolanos deben tener conciencia que la eficacia de la defensa militar que aquí se plantea depende en gran medida, del grado de terror que se logre imprimir en la mente de los combatientes adversarios. Se debe recordar, que en nuestra guerra independentista esta condición se desarrolló al máximo, especialmente después del “Decreto de Guerra a Muerte” emitido por el General Simón Bolívar en el desarrollo de la llamada Campaña Admirable, cuya dirección táctico-estratégica estuvo a su cargo (Trujillo 1813). No se debe confundir el carácter pacífico del pueblo venezolano que está en el sustrato de nuestra metaestrategia, con las posiciones pacifistas, más de carácter utópico que científico.
En la realidad no ha estado equivocado el pensamiento antes esbozado del filósofo liberal de la guerra Max Scheler, quien la concibió como un juicio. Otros autores la han pensado como un examen riguroso para los estados. Estrictamente esta consideración, a la luz del paradigma científico actual, no sería admisible, dado el carácter posibilístico que tiene la prospectiva del momento. Sin embargo, la situación existente, que de hecho configura una “guerra de cuarta generación”, es una prueba de la voluntad de los venezolanos para defender su patrimonio histórico y geográfico. De modo que, si para algo ha de servir el texto que concluye con estas líneas, es para hacer un examen de conciencia, especialmente entre aquellos que tienen como oficio el ejercicio militar. Se debería hacer una introspección sobre la disposición de todos a defender esa voluntad, manifestada en el documento transcrito en el Capítulo I y desarrollada por los padres de la patria. Una acción que hizo posible convertir aquella población heterogénea existente en 1810 en una nación, y de aquel espacio dominado por la Capitanía General de Venezuela, agente militar del Imperio Español, en un país, que gobernado autónomamente se convirtiese en Estado soberano. Una comunidad política que logrará con una vocación clara orientada al ascenso humano, obtener la realización de sus ciudadanos.
EPILOGO
EPÍLOGO
PARTE 1
BATALLA DE CARABOBO
BOLÍVAR COMUNICA LA VICTORIA AL CONGRESO
Nota de Bolívar al Congreso
Valencia, 25 de junio de 1821
Excmo. Señor:
Ayer se ha confirmado, con una espléndida victoria, el nacimiento político de la República de Colombia.
Reunidas las divisiones del Ejército Libertador en los campos de Tinaquillo el 23, marchamos ayer por la mañana sobre el cuartel general enemigo, situado en Carabobo. La primera división, compuesta del bravo batallón británico, del bravo de Apure y 1.500 caballos a las órdenes del General Páez. La segunda, compuesta de la segunda brigada de la guardia, con los batallones Tiradores, Boyacá y Vargas y el escuadrón Sagrado, que manda el impertérrito coronel Aramendi, a las órdenes del General Cedeño. La tercera, compuesta de la primera brigada de la guardia con los batallones Rifles, Granaderos, Vencedor de Boyacá, Anzoátegui, y el regimiento de caballería del intrépido coronel Rondón, a las órdenes del coronel Plaza.
Nuestra marcha por los montes y desfiladeros que nos separaban del campo enemigo, fue rápida y ordenada. A las once de la mañana, desfilamos por nuestra izquierda, al frente del ejército enemigo, bajo sus fuegos; atravesamos un riachuelo, que sólo daba frente para un hombre, a presencia de un ejército que, bien colocado, en una altura inaccesible y plana, nos dominaba y nos cruzaba con todos sus fuegos.
El bizarro General Páez, a la cabeza de los dos batallones de su división y del regimiento de caballería del valiente coronel Muñoz, marchó con tal intrepidez sobre la derecha del enemigo, que, en media hora, todo él fue envuelto y cortado. Nada hará jamás bastante honor al valor de estas tropas.
El batallón británico, mandado por el benemérito coronel Farriar, pudo aún distinguirse entre tantos valientes y tuvo una gran pérdida de oficiales.
La conducta del General Páez en la última y más gloriosa victoria de Colombia, le ha hecho acreedor al último rango de la milicia; y yo, en nombre del Congreso, le he ofrecido, en el campo de batalla, el empleo de General en Jefe del Ejército.
De la segunda división no entró en acción más que una parte del batallón Tiradores de la Guardia, que manda el benemérito comandante Heras. Pero su general, desesperado de no poder entrar en la batalla con toda su división por los obstáculos del terreno, dio solo contra una masa de infantería, y murió en medio de ella “del modo heroico que merecía terminar la noble carrera y a que el Congreso del bravo de los bravos de Colombia”. La República ha perdido en el general Cedeño un grande apoyo en paz o en guerra; ninguno más valiente que él, ninguna más obediente al Gobierno. Yo recomiendo las cenizas de este general al Congreso soberano, para que se les tributen los honores de un triunfo solemne.
Igual dolor sufre la República por la muerte del intrepidísimo coronel Plaza, que lleno de entusiasmo sin ejemplo, se precipitó sobre un batallón a rendirlo. El coronel Plaza es acreedor a las lágrimas de Colombia y a que el Congreso le conceda los honores de un heroísmo eminente.
Disperso el ejército enemigo, el ardor de nuestros jefes y oficiales en perseguirlos fue tal, que tuvimos una gran pérdida en esta alta clase del ejército. El boletín dará el nombre de estos ilustres.
El ejército español pasaba de 6.000 hombres, compuesto de todo lo mejor de las “expediciones pacificadoras”. Este ejército ha dejado de serlo: 400 hombres habrán entrado hoy a Puerto Cabello.
El Ejército Libertador tenía igual fuerza que el enemigo; pero no más que una quinta parte de él ha decido la batalla. Nuestra pérdida no es sino dolorosa: apenas 200 muertos y heridos.
El coronel Rancel que hizo, como siempre, prodigios, ha marchado hoy establecer la línea contra Puerto Cabello.
Acepte el Congreso soberano, en nombre de los bravos que tengo la honra de mandar, el homenaje de un ejército rendido, el más grande y más hermoso que ha hecho armas en Colombia, en un campo de batalla.
Tengo el honor de ser, etc. ----- Bolívar.
(Blanco y Azpurúa, Tomo VII, páginas 633-634)
PARTE 2
422
PARTE DE LA BATALLA DE CARABOBO
(30 DE JUNIO DE 1821)
A S.E. EL Vicepresidente interino de la República.
Desde el Tocuyito tuve la satisfacción de participar por una circular la gloriosa victoria de Carabobo, y previne se trasmitiese a V.E. tan plausible noticia. Las rápidas marchas que han hecho S.E. y la multitud de atenciones de que he estado rodeado, me habían impedido hasta ahora cumplir con el agradable deber de dar a V.E. algunos detalles sobre aquella célebre jornada, y las operaciones posteriores del ejército.
El enemigo, concentrado en Carabobo desde que fue expulsado de San Carlos, extendía sus partidas de observación hasta el Tinaquillo, lo que le daba la ventaja de saber muy anticipadamente nuestra aproximación, que deseaba S.E. ocultar, para no darle tiempo de reunir las fuerzas que el señor general Bermúdez había atraído sobre Caracas, y el señor coronel Carrillo sobre San Felipe. Con este intento marchó el teniente coronel Silva el 19 con un destacamento a sorprender y apresar la descubierta que diariamente hacía el enemigo hasta Tinaquillo. El comandante Silva llenó tan completamente su comisión, que apenas pudo escapar un solado de los que formaban la descubierta enemiga. El comandante de ella y cuatro hombres más murieron en el acto, los demás quedaron prisioneros. Este suceso aterró de tal modo al enemigo, que hizo retirar inmediatamente un fuerte destacamento con que cubría el inaccesible desfiladero de Buenavista.
El 23 se reunió en la marcha todo el ejército que se había movido en divisiones, y al amanecer el 24, nuestra vanguardia se apoderó de Buenavista, distante una legua de Carabobo. De allí observamos que el enemigo estaba preparando el combate y nos esperaba formado en seis fuertes columnas de infantería y tres de caballería, situadas de manera que mutuamente se sostenían para impedir nuestra salida a la llanura. El camino estrecho que llevábamos no permitía otro frente que para desfilar, y el enemigo no solamente defendía la salida al llano, sino que dominaba perfectamente el desfiladero con su artillería, con una columna de infantería que cubría la salida y dos que la flanqueaban por derecha e izquierda. Reconocida la posición, S.E. creyó que no era abordable, y observando, por la colocación del ejército español, que este no temía el ataque sino por el camino principal de San Carlos o por el del Pao, que salía a su izquierda, dispuso que el ejército convirtiese su marcha rápidamente sobre nuestra izquierda, flanqueando al enemigo por su derecha que parecía más débil.
El señor general Páez, que mandaba la primera división, ejecutó el movimiento con una increíble celeridad, despreciando los fuegos de la artillería enemiga; pero era imposible impedir que el enemigo no corriese a disputarnos la salida a la llanura. Debíamos desfilar por segunda vez para atravesar un riachuelo que separaba la colina en que se había desplegado el ejército y la que dominaba el enemigo. Siendo plana la cumbre de ésta, daba al enemigo la ventaja de moverse fácilmente y de ocurrir a todas partes. Así fue que a pesar de la sorpresa que causó al ejército español nuestro movimiento, pudieron algunos de sus cuerpos llegar a tiempo que empezaba el batallón Apure a pasar el desfiladero. Allí se rompió el fuego de infantería sostenido vigorosamente por ambas partes. El batallón Apure, que logró al fin pasar, no pudo resistir solo la carga que le dieron; ya plegaba, cuando llegó en su auxilio el batallón británico que le seguía. El enemigo había empeñado en el combate cuatro de sus mejores batallones contra uno sólo del Ejército Libertador, y se lisonjeaba para obtener con todos nuestros cuerpos el mismo suceso que con el primero que había contenido.
La firmeza del batallón británico para sufrir los fuegos hasta que se formó, y la intrepidez con que cargó a la bayoneta, sostenido por el batallón Apure que había rehecho y por dos compañías del de Tiradores que oportunamente condujo al fuego su comandante el teniente coronel Heras, decidieron la batalla. El enemigo cedía el terreno, aunque sin cesar sus fuegos. Nuestros batallones avanzaban, y apoyados por el primer escuadrón del Regimiento de Honor del señor general Páez y por el Estado Mayor de este general, desalojaron completamente al enemigo de la altura. El ejército pasaba rápidamente el desfiladero por dos estrechas sendas, y el enemigo, aunque desalojado de su primera posición, había podido rehacerse y procuró aprovechar el momento de hacer una nueva carga con su caballería, mientras que nuestros piquetes de esta arma, que habían pasado, perseguían y despedazaban a sus batallones que huían.
Algunos de nuestros piquetes de caballería del primer escuadrón del Regimiento de Honor y el Estado Mayor del señor general Páez, se reunieron en número de ochenta o cien hombres, y ellos solos bastaron para rechazar y poner en derrota toda la columna de caballería enemiga. Desde este momento el triunfo quedó completo. El enemigo no pensó sino en huir y salvarse.
Nuestra caballería, que sucesivamente iba recibiendo refuerzos de todos los escuadrones que pasaban el desfiladero, hizo la persecución con el vigor extraordinario. Batallones se tomaron prisioneros, otros, arrojando sus armas, se dispersaron disueltos por los bosques.
Los dos batallones enemigos que habían quedado cubriendo el camino principal de San Carlos flanqueándolo por la derecha, no entraron en combate y pretendieron retirarse del campo en masa. Nuestra caballería procuró entretenerlos mientras salía la infantería; pero no logró sino obligarlos a que precipitasen la retirada perdiesen algunos hombres que se dispersaban. Hasta las inmediaciones de Valencia vino el ejército persiguiendo la columna, y fue en esta operación donde el ardor de nuestros jefes y oficiales de caballería hizo sensible nuestra pérdida.
Como nuestra infantería, estropeada con las largas marchas que había hecho durante la campaña, no podía sostener el paso de trote que llevó el enemigo por seis leguas, nuestra caballería se empeñó en entretenerlo para dar tiempo a que llegasen algunos batallones. A veces las escaramuzas se convertían en cargas que, aunque costaron bastante al enemigo, causaron a la República el grave dolor de perder a uno de sus más esclarecidos generales y al bravo teniente coronel Mellao, que mandaba los Dragones de la Guardia. La columna enemiga se había defendido valientemente, a pesar de que se habían disminuido mucho. S.E. temió que si entraba en Valencia no era imposible impedirle al paso a Puerto Cabello, y a una legua de aquella ciudad hizo que los batallones Rifles y Granaderos de la Guardia montasen a caballo y fuesen al galope en su alcance.
Casi al entrar a las primeras calles de aquella ciudad tuvieron nuestros Granaderos la fortuna de alcanzarla; pero apenas se vio cargada por ellos, cuando se dispersó y apareció del todo. Valencia fue ocupada en el acto, y algunos destacamentos siguieron hasta Naguanagua, persiguiendo a los jefes españoles que huían hacia Puerto Cabello.
Por los prisioneros tomados, supo S.E. que el día antes de la batalla había marchado el coronel español Tello con dos batallones. Navarra y Barinas, a reforzar San Felipe, ignorando al enemigo que la columna del señor coronel Carrillo la había ocupado ya, S.E. destacó del Tocuyito al teniente coronel Heras con tres batallones a tomar la espalda de Tello y cooperar a batirlo con el señor coronel Carrillo. Aún no se sabe el resultado final de esta operación, que tal vez queda sin efecto, porque Tello emprendió su retirada sobre Puerto Cabello antes que nuestras tropas lo avistasen.
Al amanecer del 25 marchó el señor coronel Rangel a establecer el bloqueo de Puerto Cabello, y desde el 26 quedó formada la línea de simple bloqueo, porque era preciso aguardar el complemento de nuestras operaciones para estrecharla y formarla de sitio.
Por la tarde del 25, después de haber arreglado el gobierno de Valencia, organizado de nuevo ejército y destacado algunos cuerpos sobre Calabozo y el Pao a perseguir los dispersos que hubiesen tomado aquellas direcciones, marchó S.E. sobre esta capital con tres batallones de su Guardia y el Regimiento de Honor del señor general Páez. Su objeto era tomar a espalda de la división con que el coronel español Pereira perseguía al señor general Bermúdez sobre los Valles del Tuy. No me es imposible informar aún a V.E. de los prodigios de este célebre general ha obrado con una pequeña división, por esta parte, en cumplimiento de las órdenes que tenía. Baste decir a V.E. que los pueblos y el enemigo están asombrados y no alcanzan a expresar toda su admiración, ni decidir si han sido mayores su valor y su audacia, o su prudencia y habilidad. Esperamos por momentos su arribo a esta ciudad, y entonces, impuesto detenidamente de sus operaciones, tendré la satisfacción de comunicarla a V.E.
El coronel Pereira, al saber la derrota del ejército español, replegó sobre esta capital, y envió una partida de Húsares sobre los valles de Aragua a saber nuestra situación. La partida fue sorprendida y apresada por un piquete de lanceros del Regimiento de Honor, que se había adelantado ya en San Pedro. Pereira se retiró, sin esperar más resultado, sobre La Guaira; pero sabiendo en el tránsito que no había en aquel puerto buques en que embarcarse, convirtió su marcha hacia Carayaca, buscando algún camino que lo conduzca a Puerto Cabello, por la costa. No habiendo hallado ninguno, ha emprendido su retirada por los montes elevados y espesos bosques que dividen el mar a los valles de Aragua. El señor coronel Manrique, con dos batallones y un trozo de caballería, había ido a buscarlo a Carayaca, pero instruido de la dirección que lleva, se ha puesto en su persecución. El comandante Arguindegui quedó en los valles de Aragua con su batallón, para cortar a Pereira por cualquier vía que tome, bien sea por la costa, o por la cordillera. Si recibe oportunamente los avisos que se le han dirigido, puede asegurarse la absoluta destrucción de aquella división, que de mil quinientos hombres queda ya reducida a seiscientos, por las pérdidas en los combates frecuentes con el señor general Bermúdez y por las deserciones que ha sufrido en la retirada.
S.E. Tuvo la particular satisfacción de entrar sólo en su Estado Mayor y el señor general Páez en esta capital el 29. La ciudad que acaba de ser evacuada el día anterior, había estado desierta hasta la hora en que el edecán Ibarra se presentó en medio de ella anunciar la aproximación de S.E.
No hubo tiempo de que se hiciesen otros preparativos que los del corazón, y ha sido este el modo con que Caracas ha expresado más vivamente sus sentimientos de gratitud y amor al Libertador de la Patria, y su ardiente entusiasmo por la libertad.
Las calles, desiertas dos horas antes, se vieron de repente llenas de una concurrencia numerosa e inmensa; las casas cerradas se abrieron y se iluminaron. S.E. entró en medio de las aclamaciones y transportes de un pueblo que enajenado de placer corría en tropel a participar de la felicidad de volver a ver, de estrechar y abrazar mil veces al Padre de la Patria. Mujeres y hombres, niños y ancianos, todos iban mezclados, confundiendo sus vivas. Hasta las doce de la noche no cesó de renovarse el concurso en la casa, y fue preciso cerrarla al fin, para poderse ocupar S.E. de algunos negocios importantes. Al amanecer se ha repetido la escena de la noche y ha continuado por todo el día.
El edecán Ibarra marchó esta mañana a apoderarse de La Guaira que esta evacuada, y ha participado ya su entrada allí sin novedad.
V.E. extrañará que no haya recomendado particularmente a ningún jefe ni oficial en la batalla, porque sería necesario mentar en este parte los hombres de todo el ejército, por lo menos los de toda la primera división y de todos los jefes de las otras. Generales, jefes, oficiales y tropas, todos, indistintamente, se han manifestado, en este memorable día, dignos defensores de la República.
Dios, etc. ----- Caracas, 30 de junio de 1821 ----Pedro Briceño Méndez.
(Memorias de O´leary, Tomo XVIII, páginas 350-355)








COMENTARIOS DETALLADOS AL DOCUMENTO
PENSAMIENTO MILITAR VENEZOLANO
CITAS EXTRAIDAS DE LOS CAPITULOS INDICADOS
Capitulo I
“Estos males han conmovido vivamente al Gobierno, y para evitarlos ha dispuesto con consulta de la Junta de Guerra establecer un plan militar que combine la necesidad de una fuerza pública con el fomento del Estado, y que destruya radicalmente los vicios de la antigua constitución militar.”
Esta será una cita obligatoria que utilizaran frecuentemente para argumentar la justificación del desmantelamiento de la antigua estructura militar y el reemplazo por razones de supervivencia del Estado” revolucionario”, por una que combine lo cívico-militar para la defensa de ese Estado. Es importante dentro de este contexto entender porque el uso de este documento histórico: en su afán por emular las gestas independentista y por la notable influencia que ejercen hombres como el general Pérez Arcay sobre Chávez, no es de extrañar que la fundamentacion filosófica para todo lo que están haciendo en el área militar la busquen en las paginas de la historia militar del periodo colonial y posteriormente en las guerras de independencia y las subsiguientes guerras civiles.
Capitulo II – Parte 2
“En este contexto se convierte en la actualidad (desde el 2001 hasta el presente) el espacio de integración de MERCOSUR, en una región geoestratégica de la cual forma parte, como se dijo al inicio de este capítulo, Venezuela. Un país que por su situación geovial (su carácter de “puente”) y por su condición de productor energético, adquiere un valor geopolítico relevante. Indudablemente la desestabilización del Estado Venezolano causaría perturbaciones tensivas que pondrían en serio riesgo el futuro del proceso integrador. Es eso lo que transforma a nuestro territorio en un escenario de conflicto. Un campo de acción donde convergen las fuerzas que representan los distintos intereses presentes en la política internacional actual. Desde luego, en este Teatro de Guerra, las potencias euroasiáticas rivales de la hiperpotencia norteamericana, tienden a alinearse con la postura venezolana colocada alrededor de la multipolaridad frente a la unipolaridad sostenida por el gobierno de Washington.”.
Llama la atención en este párrafo, la aceptación fundamentada por supuesto, de que Venezuela es un escenario de conflicto internacional. A pesar de todas las consideraciones geoestratégicas del pasado, tomando en consideración las mismas variables que se están utilizando en este documento, ni desde el punto de vista político y tampoco militar se considero al territorio venezolano una zona de conflicto internacional.
Por otro lado la utilización del termino Teatro de la Guerra para seguir refiriéndose al territorio nacional, en cuanto a la particular situación que se vive actualmente, no hace mas que confirmar la hipótesis, del conflicto internacional que necesita la revolución para validar su permanencia en el poder.
Venezuela solo se había considerado un teatro de la guerra, en casos de Juegos de Guerra hipotéticos y la delimitación del mismo excluía a buena parte del territorio nacional.
Capitulo II – Parte 2
“De una concepción que reflejaba la idea de la movilización en masa, muy claramente señalada en el documento transcrito en el Capítulo I de esta obra, en la cual era obligación de todo ciudadano el participar en la función de defensa estratégica del Estado, que incluía “el tomar banderas” en las contiendas internas según la conciencia individual, se pasó a la conformación de un estamento militar profesionalizado a quien se la adjudicó el señorío de las actividades de defensa.”.
Se pretende retomar el concepto de “tomar banderas” como algo implícito dentro de la necesaria defensa del Estado y se insiste en el tema de la participación de todo ciudadano en esta defensa. Pero mas importante aun es mantener el tema de la contienda interna. De manera que en la concepción filosófica de esta Estrategia debemos considerar la Guerra Civil, como una necesidad siempre que se necesario imponer la voluntad del Estado en representación de supuestos intereses mayoritarios, en definitiva el uso de la fuerza por medio de las armas para dirimir conflictos políticos internos.
Capitulo II - Parte 3
. “Esta última decisión contravenía la tradición implantada desde la época colonial cuando la formación académica del cuerpo de oficiales se realizaba en la Real y Pontificia Universidad de Caracas o en los cuerpos de milicias criollas o pardas que constituían las fuerzas locales que complementaban el Ejército Español.”
Esto es completamente falso y solo se explica en la intención de manipular la historia para justificar en lo inmediato, la promoción de oficiales y cuadros profesionales por vías distintas a la Academia Militar y las distintas escuelas de formación profesional, esto quiere decir que nos podríamos acercar a la promoción y formación de oficiales y cuadros dentro de las unidades de Reserva y Guardia Territorial, fuera del control de la educación formal militar y con control directo del Comandante en Jefe, allí podrían ingresar sin requisitos previos y formales mucha gente cuya condición seguramente será la lealtad al régimen, por esta vía se iría progresivamente reemplazando los cuadros profesionales que seguirían saliendo de la estructura educativa heredada del pasado.
Y esto es falso por cuanto, en el primer documento histórico que es citado, la defensa de la Provincia de Caracas, se dan instrucciones para constituir una Academia Militar y de Matemáticas, que en efecto se fundo el 3 de septiembre de 1810, siendo esta la fecha de referencia histórica de fundación de esta casa de estudios.
Capitulo II – Parte 3
“Ese intervalo, se llenó con el proyecto conocido como el “Nuevo Ideal Nacional”, que en lo militar preveía la complejidad para lo cual reducía significativamente el tamaño de las fuerzas activas, únicamente para su empleo como fuerza de reacción inmediata, dejando la estructuración masiva de las fuerzas militares a cargo de las reservas.”
Aquí esta la idea central de la reducción de las fuerzas activas y su sustitución por la reservas, esto justificaría la creación del llamado Comando General de las Reservas que en este momento dependen directamente de Hugo Chávez como Comandante en Jefe.
Creo que seguirán insistiendo en esta argumentación histórica para reforzar lo que ya están ejecutando.
Aquí va la conformación de una reserva que copara todos los espacios de la vida nacional. Se comenta que muy pronto legara el momento en el cual los parlamentarios oficialistas pasaran a formar parte de la reserva activa y me aseguran que efectuaran un acto de uniforme verde oliva y todo.
Capitulo II – Parte 3
“Por esa circunstancia, los defensores del orden, representados por los “estados democráticos” (unas comunidades políticas a las cuales el poder hegemónico les atribuye discrecionalmente el atributo de reunir las condiciones que tipifican los regímenes democráticos) se abrogan el “derecho de preferencia” (preención[1]) para atacar otro Estado que tenga la posibilidad futura de constituirse en una amenaza para el orden internacional.”
Es importante resaltar la particular definición de Estado democrático que acepta la revolución. Esto quiere decir que los conceptos de Democracia Occidental como ahora los conocemos no son validos dentro de la dialéctica revolucionaria en este enfrentamiento entre dos filosofías políticas. Esto es clave para entender el comportamiento político de Chávez y su desprecio por las reglas, del viejo e imperialista concepto de democracia que la oposición se empeña en hacer valer dentro del esquema de confrontación actual en Venezuela.
Capitulo III – Parte 2
. “En ambos casos se estaba frente a situaciones de guerra asimétrica, que es justamente la situación en la cual se encuentra el Estado Venezolano en la actualidad.”
Esto es un reconocimiento de que estamos YA en un estado de guerra asimétrica, de manera que el comportamiento de los ciudadanos y de las instituciones del estado, en consecuencia con esta realidad de guerra debe ser otro, incluso en cualquier momento se pasara a la declaración del Estado de Emergencia, que permitiría un manejo mas discrecional de los recursos para la defensa del estado. Creo que hacia allá están apuntando, con la introducción de la idea de que estamos ya en guerra.
Capitulo V
. “Los segundos persistieron en su acción, sentando las bases para una respuesta a largo plazo que recuperara la tradición histórica militar venezolana. Y la respuesta llegó impulsada por la rebelión popular de 1989. El golpe militar del 4 de febrero de 1992 y el del 27 de noviembre del mismo año, fueron la expresión de esa corriente de pensamiento disidente dentro de la estructura del aparato militar venezolano. Se inició así definitivamente un cambio radical de la práctica política venezolana, que convertiría el conflicto coyunturalmente planteado en 1989, en una confrontación estructural en el seno de la nación, que incluso llegó a amenazarla con la posibilidad de la guerra civil.
La tradición histórica que se pretende recuperar, es la de la participación de los militares en la vida política activa del país, esa y no otra es la causa fundamental del los golpes del 92, tal como en el párrafo se acepta.
Esto ratifica una vez mas el carácter netamente militar del proyecto revolucionario, un proyecto que precisamente busca anular el ejercicio civil de la política en el país, las raíces históricas están llenas de ejemplos en esa materia, de manera que es ilusorio tratar de pensar que por la vía de la organización de otros partido políticos o la promoción de elecciones tradicionales, el régimen va a tambalear. El documento reconoce e insiste ya no entre líneas sino abiertamente el carácter definitorio propio del proyecto.
Capitulo V
Las paginas 59, 60 y 61 son claras en cuanto a la interpretación a la que han llegado luego del análisis que hicieron en capítulos anteriores en cuanto a la definición del enemigo y la forma en la cual actuaría, así como la forma de enfrentarlo. Esta claro que el enemigo a enfrentar operacionalmente es USA, cara visible del imperialismo político. En el análisis dejan bien sentado que su conclusión es la de estar preparados para una intervención militar directa y que la solución militar para enfrentarla es la guerra prolongada u guerra de guerrilla. En este tipo de conflicto poco o nada es el papel que le asigna a la fuerza regular y muy importante el papel que asumen las reservas y la guardia territorial dentro del concepto estratégico, para definir las tácticas a aplicar.
Capitulo V
“No obstante, aún considerando esta vulnerabilidad, el fin de una ilusión de armonía comentado en el Capítulo previo, ha revertido esa inclinación. El duro choque con la realidad no solamente ha creado el conflicto interno y externo existente, que se ha descrito en las páginas anteriores. Ha inducido graves conflictos interiores en el individuo que lo han llevado incluso a la posibilidad de la confrontación violenta, en la cual no sólo sacrifica sus propiedades y bienestar, sino que pone en riesgo su propia vida. Y eso es lo que ha movilizado a una parte importante de la población a incorporarse al esfuerzo de defensa del Estado, y a otro sector a asumir la posibilidad de convertirse en “quinta columna” en el marco del conflicto global planteado por las llamadas “guerras de cuarta generación”, varias veces mencionadas en el desarrollo de esta obra. Unas circunstancias que incorporan la vida venezolana a la sociedad globalizada. De allí que los primeros defiendan la idea del Estado, sustentado en la noción de patriotismo republicano, mientras los segundos protegen la noción del Imperio sostenida sobre la base economicista del mercado. Los dos planteamientos que definen la dialéctica actual de la política internacional. Este cuadro ofrece el potencial humano necesario para el desarrollo de la estrategia defensiva del Estado.”
Esta es la idea central que trascurre en páginas anteriores y las dos siguientes en cuanto a la presencia dentro de la sociedad de las características que favorecerian en un momento determinado la materializacion del enfrentamiento interno, como consecuencia del conflicto que produce el enfrentamiento entre las dos formas de ver el mundo. Mas importante es el tratamiento de “quintas columnas” que ya se esta acuñando en el documento para definir a los opositores, quienes serian, de acuerdo a la interpretación revolucionaria, agentes del imperialismo quienes pretenden con sus acciones entorpecer o evitar la conformación o nacimiento del nuevo Estado, que en estos momentos esta siendo gestado por el proceso revolucionario.
De aquí podemos concluir que es imposible dentro de este esquema llegar a acuerdos entre las partes o mas aun, establecer un dialogo que conduzca al tratamiento ponderado de los temas nacionales. La quinta columna no puede tener participación en la conformación del nuevo orden a menos que se rinda, abandone sus postulados anteriores y se adhiera a los nuevos principios revolucionarios o del nuevo Estado.
En esta sección queda para siempre sellada la noción algo ingenua de una salida electoral, democrática y pacifica. La preservación del poder justificaría una guerra civil pues el ascenso de una visión alterna seria visto como intervención asimétrica del imperio a través de sus cipayos.
Es mucho lo que se puede escribir sobre este “perverso” documento, quedando siempre la duda sobre la reacción de quienes aun forman parte de una FAN que es objetivo claro a ser marginada y eventualmente eliminada.
Por la Gloria del Verdadero EJERCITO FORJADOR DE LIBERTADES!
Pie de pagina; ni siquiera nos atrevemos a extrapolar las desquiciadas referencias a armas nucleares por considerarlas hasta ahora solo un mecanismo burdo de llamar la atención, aunque es obvio que en el –Plan forman parte de la estrategia de combate asimétrico que busca minar la “voluntad” del enemigo a continuar en la ofensiva.